No a la cobardía
Querida Z., hoy descubrí tu carta, la resguardaré como cuando entregas a una amiga la prenda que las une para siempre. Qué puedo decirte, me tardé cincuenta años en comprender que las mujeres si a algo nos debemos oponer es a nuestra cobardía. Muchas veces expresamos que queremos ser libres, pero siempre, bajo todas las realidades que vivimos, nos imponemos exactamente lo contrario. Enfrentar nuestra situación nos atemoriza.
Felicito que hayas tenido la determinación no sólo de salvarte a ti misma, sino de salvar el futuro de tu hijo. Cuando los niños son pequeños, sabemos que debemos defenderlos a costa de nuestra propia vida.
Celebro que hayas encontrado a un hombre que te ama y valora, él cuando te nombra lo hace con orgullo. Recuerdo el Encuentro de Investigadores de Arte en Chiapas, nos encantó tu habilidad para dialogar con el equipo a pesar de venir de otra área. Fuimos a cenar y todos te aceptamos como nuestra líder. Después de ese evento, encontré al maestro Rommel en la conferencia de Investigación en el Arte y salió a la luz el evento de Chiapas. Le comenté que la persona que lo representó había sido una buena elección, él dijo que eras su esposa, la luz de sus ojos y más elogios que me dio a conocer de tu persona. Nunca había conocido a un hombre que describiera tan bellamente a su esposa y que no temiera que lo pudiera rebasar. Desde entonces, como te dije hace un año, se convirtieron en el matrimonio que adopté como referente.
Como tú sabes, estuve en un grupo de mujeres al que me uní porque compartíamos el mismo problema. Tus pensamientos positivos sobre el amor y el matrimonio sirvieron para que enfrentáramos el abuso, el poder, el control, y las experiencias que nos condenaban a ser infelices. Nos planteamos mejorar nuestra relación o terminar con ella.
Yo decidí empezar un nuevo proyecto en medio de la incertidumbre. Mi salud se deterioró, estuve en tratamiento con el neurólogo porque tenían la sospecha de un cuadro de esclerosis múltiple. Mi cuerpo era una explosión de síntomas que lo iban inmovilizando. Vino la pandemia, se sumaron otros malestares. Sentía como si tuviera un bloque de cemento que me impedía mover mi lado izquierdo. Mi hija, que es doctora, diagnosticó que era herpes zóster; el tratamiento duró un mes y medio. A los quince días de haber terminado el medicamento, se reactivó el virus, así que mi hija atacó con un procedimiento más severo. Afortunadamente no sólo despareció el herpes, también las descargas eléctricas que sentía en las terminaciones nerviosas. Recientemente retomé el Tai chi, Laboratorio de Movimiento, y el taller de danzas sagradas, poco a poco me he ido recuperando y ya puedo concentrarme en mis lecturas.
Mi esposo y yo nos cambiamos de casa. Las actividades de la mudanza resultaron un nuevo comienzo. La lectura de A. para X… de nuestro seminario “Voces epistolares” la hicimos juntos, le leí todas las cartas como si yo fuera A’da y él mi Xavier. A raíz de ese libro hicimos nuestros cuerpos escritura, es un juego que siempre quise hacer, yo se lo propuse y él estuvo muy cooperativo. Hoy terminamos la segunda lectura, está muy emocionado. Me explicó términos que no conozco, interrumpe para exponer la situación de Israel, Palestina, La Guerra de seis años, el significado de las palabras o su pronunciación. Desde que llegamos a esta casa, retomamos el estudio de la música. Hace 40 años que nos conocemos: primero fue mi amigo, después mi maestro, terminó haciéndose mi novio y hoy tenemos treinta y cinco años de casados. Nuestra relación empezó con cartas que por muchos años quedaron olvidadas. En los primeros tiempos de matrimonio, cuando teníamos alguna riña, él buscaba nuestra cajita de cartas y las leíamos. Hicimos un diario en los primeros días de casados, escribíamos anécdotas que nos daban mucha risa; como el día en que íbamos rumbo a nuestros trabajos y vi a nuestra amiga común Magdalena, le pedí que parara, bajé del auto y grité, ¡Magdalena! Ella estaba en espera de su autobús. Caminó hacia nosotros y cuando la vi de cerca me di cuenta de que no era Magdalena. La mujer respondió a mi llamado y a las señas que le hice. Subió al carro, hubo un silencio incómodo, por el retrovisor él me veía y la supuesta Magdalena nos miraba, le dijimos que llegaríamos hasta el puente y allí teníamos que desviarnos, ella asintió con la cabeza, se bajó en el puente, nosotros continuamos el camino y no pudimos soportar la risa, le dije que al llegar a la escuela buscaría a Magdalena para contarle lo sucedido. Llegamos a la Normal y vi de espaldas a Magdalena, él y yo reíamos y le dije “Mira, ¡allí está Magdalena!”. Corrí para tomarla del hombro, todavía con la risa en los labios y, ¿qué crees, amiga? Había confundido otra vez a Magdalena. Nuestro diario está plagado de anécdotas. Con este seminario lo recuperamos. Y este suceso que te cuento es porque lo he vuelto a leer.
Como Ilana y Alec, hubo un tiempo en que mi marido y yo nos hicimos mucho daño, no podíamos dispensar nuestros errores. Tuvimos que atravesar por problemas en que la presencia de ambos era necesaria. Esta pandemia nos ayudó a reencontrarnos, nos ha dado tiempo de hacer cosas que a ambos nos gustan.
Las relaciones son un tejido de sucesos en donde siempre hay algo que está por venir, pero depende de cómo te encuentres para recibirlo. Nosotros hemos tenido una mejor actitud y lo que albergamos con humildad, es la buena voluntad.
Bueno es encontrarte.
Tu amiga M.