A manera de conclusión

De H. Para J., I., M., L., K. y A.

No se trata de aplicar un método sino de
provocar el encuentro entre varios métodos,
un encuentro del que participa también el
objeto, de modo que el objeto y los métodos
se conviertan en un campo nuevo.

Mieke Bal.[1]

He recorrido los múltiples caminos abiertos en los laboratorios y puedo percibir en el propio experimento de un juego aleatorio, cómo la intimidad buscada en el origen deviene un conjunto de palabras que se extiende en múltiples direcciones, que se aleja y regresa, como una memoria que vuelve a repetir los paisajes en diferente orden.

Me han preguntado sobre cómo identificaba la intimidad en ese entonces (al inicio del proyecto) y si acaso se parecía a esa idea de flujo que ahora aparece en la página web. En principio diré que la intimidad para mi es el lugar (¿será un lugar?) donde se detectan de manera invisible las formas naturalizadas de lo propio, aparentemente protegidas por la (tal vez ficticia) secrecía de un sujeto que en esa su sujeción guarda, pero también y casi de manera inconsciente muestra y ofrece.

Se guardan los secretos de la memoria, que sin duda viven ausentes de nuestra propia conciencia, se guardan las conductas desprotegidas que muestran la deslumbrante y ansiosa calidad animal -solo ella entra con su penetrante mirada y alcanza mi fondo ocular- se guardan las vergüenzas de no poder unir los pensamientos con los objetos. Ahí, entre lo que esconde, se muestra (como la carta robada) eso que a veces imagino como un lugar que encierra en plena calma el deseo de ser visto, de girar el cuerpo sobre el aire que devuelve sus límites. En la intimidad puedo absorber todas las substancias y luego despreciarlas, desecharlas. Todas las palabras, las frases, la red de voces que me seducen sin siquiera exigir el movimiento de mi cuerpo. Casi siempre están ahí, decididas a engendrar el morboso secreto que protege la falta, la ausencia. Salgo entonces, (como el caimán de un tarot egipcio) y empiezo a seguir pasos a tontas y locas para compartir mi intimidad, para llenar el hueco que, tal vez no reconozco.

Creo que antes escribía diarios para mostrar (luego, algún día) las formas que mi mente podía tomar. Después por la tarde, en cualquier momento, me encontraba conviviendo, tejiendo la vida diaria y mis textos estaban ahí; documentos guardados en la sombra, en el bosque, en la casa. Los podía guardar porque nada me lo impedía. Recuerdo también que antes escribía y leía cartas que fueron desapareciendo. Sin duda ya no eran necesarias. Pienso en otras épocas, años, décadas: esas distantes urgencias donde el lento tiempo llegaba azaroso (carta por carta) con la voz de lo dicho pero, sobre todo, con el insistente sentido de lo no dicho. 

No sé si alguien puede hablar con precisión de la intimidad, es como un contrasentido; interior pero externo. Es una singularidad expuesta, José Luis Pardo [2] dice que es algo lingüístico, algo que no es explícito sino implícito. Pertenece a lo interno y tal parece que no hay manera de ubicarla (porque nadie es capaz de explicarse en su propio ser) pero se muestra en la experiencia exterior con el mundo. Tiene un sentido comunicable pero no interpretable, no esconde nada porque no tiene nada que esconder, es externa pero no es reconocible por los códigos de la interpretación, reconocerla sería destruirla, digamos que no es legible pero si sensible; un ejemplo sería la desnuda voz entramada en la definida y legible forma del lenguaje.

Casi siempre es confundida con lo privado, pero… lo privado (contrario a lo público) es explícito aunque pueda mantenerse en secreto; en cambio, la intimidad siempre es implícita.

La idea de extimidad sin duda es una posibilidad de explicar la relación paradójica entre lo más interno pero que también es externo. Para Lacan [3] era como una paradoja, lo más cerca del interior pero sin dejar de encontrarse en el exterior; para Miller [4] se construye sobre el concepto de intimidad, es lo más cercano a ésta pero es externa. El psicoanalista percibe la extimidad pero no quiere decir que intime con el paciente. Pardo (a mi parecer) diría que es escuchar lo privado y percibir lo íntimo.

La intimidad que muestra la pieza está expuesta desde el mismo momento de escribir las cartas. Sin duda todos tomaron la referencia de su propia experiencia y también aceptaron mi voluntad de regresar al proceso de intimidades textuales. Intimidad y privacidad siempre quedaba un poco confundido, cosa que me parecía perfecto, puesto que mi intención interpretativa no podría imponerse sobre un uso común ya naturalizado. Como he dicho, a mi parecer las antiguas cartas no trasmitían secretos (tal vez sí) sino más bien formas implícitas afectivas que daban lugar a un diálogo explícito continuo, una suerte de poética documental que buscaba tanto un querer decir como un querer sentir.

Claro que en los laboratorios se escribieron secretos pero también intimidades. Los primeros dejaron de ser privados para entrar en una burbuja pública, y las segundas siempre eran ilegiblemente comprensibles. Cada cierto tiempo repetía en la sesiones que la escritura no necesitaba tener una intención literaria, (por supuesto que no se negaba y se agradecía su presencia) pero el fin no era descubrir las metáforas que hacían elegantemente implícitas los múltiples sentidos de la intimidad, sino su encuentro con ella como una forma irremediable de aparecer en la narración de lo propio. Pardo comenta en una conferencia que la implicación primera de la lengua sería el fonema, pero, habría que decir, solo ve el sentido sintáctico de la significación; hablando semántica o pragmáticamente sin duda cualquier universo de realidad narrado o cualquier juego interpretativo reflejan, desdoblan, hacen resonar universos no dichos pero sin duda percibidos.

La pandemia dibujó los bordes de un fantasma que no era visible. Sí, todo estaba ahí. Lo protegido y lo mostrado eran la perfecta pareja que me hacía ir y venir sin siquiera pensar que yo no era lo otro (dije pensar, sólo pensar). Pero un buen día… algo cambió, casi todo era lo mismo pero no podía salir… ¿salir de donde? Cómo decir… había perdido las referencias del flujo vital. Mis secretos se volvieron secretos, mi cuerpo ya era cuerpo y mi noche ya era noche. Sin duda vivimos en una época sustentada en la comunicación distancial y sin embargo con todo ese universo de aditamentos parecía que el fantasma se empezaba a empañar en pequeños y luego grandes segmentos. Algo tienen esas máquinas que me lo muestran todo y sin embargo no se acercan a mi. Eso es el confinamiento: está todo pero no está.

Ahí imaginé, imaginamos una estrategia que permitiera desde los dispositivos tecnológicos regresar a un antiguo mundo distancial que bien que mal había sido eficiente: la carta que desenvuelve la intimidad, pero ahora cruzando los nuevos flujos comunicativos.
Crear una ruta epistolar que nos integrara, que nos mostrara la intimidad de la cercanía perdida haciendo pequeños laboratorios que se apropiaran de textos literarios epistolares. Miguel Ángel Hernández en Arte a contratiempo [5] comenta un proceso creativo que  parte del  mismo principio: “el sujeto transcribe el documento, […] pero en ese proceso de escritura lo transforma, se apropia de la historia contada y la hace suya. De algún modo su presencia […] interrumpe el flujo de significados como un arte que llega desde otro tiempo -el nuestro- para romper la ilusión de transparencia del discurso heredado”.

La dificultad de la propuesta residía en pasar de un sistema de comunicación con antiguas referencias matéricas (la lectura y escritura de cartas) a un proyecto de interacción digital y ver si esto era posible en el sentido de producir una experiencia vivencial emotiva continua, acunada en un sistema diseñado con cierta frialdad tecnológica.

Franco Berardi [6]comenta la diferencia que hay entre los procesos de comunicación social conjuntivos que son los que tradicionalmente hemos utilizado y los conectivos los cuales se han extendido en  el universo virtual.

Él llama conjunción

a la concatenación de cuerpos y máquinas que pueden crear significado sin seguir un diseño preestablecido y sin obedecer a ninguna ley o finalidad interna. En cambio explica que la conexión es una concatenación de cuerpos y máquinas que solo pueden generar significado obedeciendo a un diseño intrínseco generado por el hombre y respetando reglas precisas de comportamiento y funcionamiento. La conjunción es singular, intencional o vibracional y la conexión es operativa entre agentes de significado previamente formateados de acuerdo a un código.
Mientras que la conjunción es el encuentro y la función de cuerpos esféricos o irregulares que están continuamente serpenteando su camino sin precisión, repetición o perfección; la conexión es la interacción puntual y repetitiva de funciones algorítmicas, de líneas rectas y puntos que se superponen perfectamente, que se enchufan y se desenchufan según modos discretos de interacción que vuelven las diferentes partes compatibles a un estándar preestablecido.

En toda esa poética tecnológica (que realmente me seduce) podríamos vislumbrar no sólo la utilización compleja de nuevos procesos distánciales sino la problemática que implicaba la actualización y naturalización de las diferentes comunidades a los nuevos medios. Digamos que en ocasiones fue difícil para algunos, pero entrados en la marcha todo devino un juego de ida y vuelta con discretas restricciones que formularon una forma de actuar comunitaria. Por mi parte puedo decir que escribí cartas como y más que antes y que me entregue a un ritmo de lectura-escritura que no deseaba terminar. Creo, por lo platicado en las reuniones de cierre, que los comentarios de mis compañeros no distan mucho de los míos.

Pero algo más sucedió. Al iniciar los diseños de los laboratorios, la promoción, las lecturas, la recolección de cartas, el diseño de la página web, la ubicación de hipervínculos, comprendimos que se podía crear una geometría  algorítmica con 50 puntos rizomáticos, que permitía distinguir el circuito de relaciones y obsesiones temáticas de los participantes, que mostraba el inicio de una partida de lectura pero que también en su aleatoriedad creaba un juego de enlaces interminables y siempre diferenciados para un lector.

Esa memoria íntima está en el sitio, es el registro de un proceso que se transforma en sus juegos relacionales, la pieza no aparece como un suceso natural sino, más bien, es una poética documental que propone una intimidad asistida, que se aleja y regresa, como una memoria que vuelve a repetir los paisajes en diferente orden. Diríamos que el juego esta en el sistema y nosotros vamos y venimos como substancia conjuntiva dentro del universo conector. 

Humberto Chávez

Mayol

CDMX / otoño de 2021

 

[1]Mieke Bal. Conceptos viajeros en las humanidades, (España: Editorial CENDEAC, 2002), 11.

[2] José Luis Pardo, La intimidad, (España: Editorial Pretextos, 2013).

[3] Jacques Lacan, Seminario 11, (España: Editorial PAIDÓS, 1973).

[4]Jacques-Alain Miller, https://www.aacademica.org/000-054/700.

[5] Miguel Angel Hernández, El arte a contratiempo. Historia, obsolescencia, estéticas migratorias. (España: Ediciones Akal, 2020), p. 79.

[6] Franco Berardi, Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva, (Argentina: Caja Negra Editora, 2016), p. 28.