Mérida, Yucatán, a 17 de noviembre, 2020
H.,
Leí tu respuesta tres veces, tres días distintos a tres distintas horas. Creo que a veces hay que encontrar el momento preciso, agarrar las ideas al vuelo. En este caso, llevaban tres jornadas revoloteando alrededor, como pavos de monte enfebrecidos en un torbellino, si es que los pavos de monte sufren de fiebres y si dichas fiebres los enloquecen al punto de montar torbellinos.
Deliremos, entonces, siempre deliremos. Como dijo el poeta:
Siempre hay que estar ebrio. Todo se resume a eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos quiebra las espaldas y nos hace doblar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Ahora sí, café en mano:
Ayer, después de leer la carta, y al no poder articular una respuesta, me fui al súper. En la tienda comencé a sentir ansiedad y desesperanza. Que ridículos pasillos, que ridículos envases para salsas, refrescos, botanas. El súper es la prueba de que nuestra realidad es una realidad robot, pensé, estamos dentro del estómago robot de un tropicante que procesa una cerveza al calor del trópico.
Y es que quizá el Tropicante llegó hace mucho, era un Prometeo que llegó a esta tierra y nos dio el empujón inicial y de ahí la historia, como dice Ridley Scott en su otra película. Y qué tal si somos el experimento de un alienígena obeso, que vive en algo parecido a un depósito en el sótano de sus progenitores alienígenas, una suerte de granja de hormigas. O qué tal si una inteligencia, una especie de hiperconsciencia de colmena, se apoderó de nuestras mentes desde hace mucho y por eso cesó la cacería de androides; por eso nos mezclamos tan bien en este trópico gozoso y a cambio de esto, construímos supermercados (ridículos), estacionamientos para no existir en ellos más que por breves momentos. Por eso los fraccionamientos de casas son iguales y sin chiste, por eso será que ¿internalizamos la réplica?
Hay otra forma de explicar el afán humano por la estandarización y los procesos mecánicos, más allá del dominio de los oficios. Ese gusto por lo producido en masa, que en realidad es de muy mal gusto, seguramente deriva, en parte, del éxito reproductivo entre replicantes (caucásicos o no, no sabemos si después del Nexus 6 se les habría ocurrido, por añadirle variedad al catálogo, otros colores y sabores) y los menos favorecidos humanos que dieron como resultado a los tropicantes. De otra forma, ¿cómo explicar la sobrepoblación en India?, sólo por mencionar un paralelo con nuestro trópico. También podríamos ser una colonia de fungis, una sobrepoblación de células adosadas entre sí, en el cuenco que se forma entre dos lonjas de Melvin Mapple, ahí, húmedos y cálidos, en un trópico lípido, procesamos glucosa y sudor para expandirnos más allá de la última frontera; la Puerta de Tannhauser es en realidad la rendija ínfima donde se juntan una lonja con la otra.
Me gusta la idea que planteas al final de tu carta, que somos los androides escapados de los mercenarios y que después de un viaje larguísimo, atravesando el espacio o las lonjas de Melvin, llegamos a buen puerto aunque muchas generaciones después, lo cual explicaría nuestra falta de memoria. A pesar de todo, superamos la obsolescencia programada de los Nexus 6…
Hoy mi carta no es tan apocalíptica. Me quedo con tu pregunta, con Vangelis, y espero que la respuesta sea un no, aunque temo que sea afirmativa. Quizá no es tan tarde aún como para lanzarse nuevamente al espacio profundo, quizá aprendimos todo a partir del disco de oro pegado a la carcasa de la sonda Voyager, quizá llega al mismo punto después de unos cuantos eones y todo arranca de nuevo, unos metros más arriba o más abajo, más caluroso o menos húmedo.
Mientras tanto, en otra tierra…
Amélie Nothomb es interrogada por el FBI, Melvin Mapple retorna avergonzado a su búnker en Baltimore, morirá poco después, lo encontrarán ya corrompido, las ratas habrán comido su lengua, aunque primero fueron por los restos de la pizza que quedó sobre su pecho al morir; sus progenitores, apesadumbrados, lo habrán encontrado al notar que la ropa limpia no se movía de la puerta del almacén.
P.