Junio, 30, 2021
Rafael,
En las familias hay de todo, como en botica.
En este juego de poner a viajar las palabras por sus muchas acepciones, incluso las menos usadas —en el Lab pasado lo hicimos de forma perversa— diría que mi familia a diferencia de la tuya, sí es vulgar. Y en ese periplo no me molestaría tildarnos así. Sólo en esta ocasión lo haré, porque el uso que le doy frecuentemente es peyorativo. La usaría desde el matiz de corriente, común, simple, tosca, nada especiales a fin de cuentas.
Sé del atributo inherente que conllevan las familias biológicas, de su papel decisivo en la transmisión de saberes, sentires y pertenencias, pero… ¿No estarás idealizando a la tuya? Acuérdate que hay de todo, como en botica.
A la familia que A.O. mete en esta caja negra no la leo vulgar, ni en el amplio espectro de la palabra. ¡Hasta trazos de sabiduría le veo a más de uno!
Y es que en esto de sobrevivir varios tenemos que agarrarnos de lo que podamos. La forma en que se sujeta, aprieta, marca la diferencia.
De la manera en la que me muevo, creo que tengo(tuve) la familia que debí tener para aprender algo que tal vez no sepa, ni pueda aprender.
Esto me es más fácil escribirlo hoy aquí ahora, que en algunos de los momentos vergonzosos que recuerdo.
También subrayé en el libro esa frase de Alec que destacas y él deja caer, así… como sin importancia en las notas que escribe al final de algunas cartas. Esa que va sobre el común denominador de totalitarismos —y credos—, en la intención de desintegrar a la familia.
El desmembramiento de ella en mi Cuba fue inmediato a ese inicio de 1959.
Eso sí, la estrategia ha tenido diferentes tácticas: desde el llamado necesario —e ineludible para muchos— a alinearse y tomar partido, hasta la obligatoriedad de salir de casa a edades prematuras para estudiar en becas —eufemismo de internados—; pasando por el exilio y su diáspora sostenida por más de 60 años; y por muchísimas cosas más.
El desgarro del tejido social actual pasa por el centro de esto.
Un tío abuelo que no conocí se fue de Cuba pronto, cuando le quitaron sus tierras. A él, que era campesino, que junto a sus padres y hermanos fueron arando, cultivando y comprando otras parcelas que cosechaban desde la madrugada de cada día, y desde donde salían —en ferrys diarios— los tomates que se cortaban en cocinas unas decenas de millas al Norte.
Él, que sabía medir el territorio con los ojos propios y las pisadas mojadas de su caballo, antes de subirse al avión gritó que lo primero que haría cuando regresara al pueblo sería colgar a mi papá —su sobrino favorito ahora en el bando contrario— del poste mayor de la calle principal. Nunca regresó.
Décadas más tarde, mi papá también quedó implicado en la alternancia de contrarios.
A él, que estuvo en guerras —no de las de cuerpo a cuerpo, ni tan siquiera dentro de tanques, casi siempre detrás de mapas—, que creyó e hizo que muchos creyeran en barbaries, le entró la duda y la expresó. Entonces lo sometieron a través de la cárcel y el despojo.
El tablero se volvió a mover y los miembros flojos a desperdigar.
Al final cuelga, colgamos todos.
Esto no ha sido un juego.
Te saludo desde la pared sur de mi botica en Santa Ana.
Mina