De E. para G. y L.

Domingo 20 de junio, 2021 

Gibrán, Lara, 

Queridos compañeros del Laboratorio epistolar ¿Si les dijera que amanecí con el canto de los pájaros estaría mintiendo? No, no estaría mintiendo. Pero si despertaran aquí, quizá eso que yo llamo “canto”, ustedes lo definirían como ruido ensordecedor, aunque realmente no llega a ser tan así. Les hablo de los loros que se instalan en el ramón y el chacá de mi patio, y aunque no logro verlos, su alharaca ocupa toda la casa. Alabado sea Dios por haber creado a los loros.

Cierta mañana de marzo, en la que una de esas parvadas parlanchinas sobrevolaba mi calle, y yo aún no me levantaba de la cama, un loro descendió a saludarme; bueno, yo eso pienso, él quiso descansar pocos segundos en la ventana que da a mi habitación; la ventana vertical mide 20 cm de ancho, realmente minúscula, ¡apenas cabía! Por eso califico su comportamiento de extravagante. Descubrió ese espacio milimétrico para, de pronto, posarse ahí; primero, de espaldas a mí, y luego de perfil con sus verdes, muy verdes alas, cabecita amarilla y pico blanco… 

Revivo ese instante ahora que veo hacia la calle por esa ventanita que da directamente al cielo. Desperté con la intensión de escribir esta carta para ustedes imaginándomelos así: aspirando –como el loro y como yo– a un vuelo jubiloso hacia los últimos diez días de junio y hacia las últimas páginas de La caja negra. Ustedes dos coinciden en un punto: aniquilar a Sommo, y yo me opongo. Sommo es, en esencia, un buen padre, y ante la carencia de jefes de familia responsables, no es justo acribillarlo. ¿Por qué lo desprecian? “Jefe de familia”, término espantoso, cierto. Podría asegurar que los tres coincidimos en que encierra algo de horror eso de “jefe”. Sommo no es un ser pusilánime. Mostró determinación cuando su esposa decidió emprender una aventura comprometedora al recurrir –por carta– a su exmarido. Amparada en él, Ilana exigió que volviera sus ojos a ella; bueno, no solamente a ella, sino a ella, al hijo de ambos y a su nueva familia. Fue astuta y encontró el anzuelo perfecto para revivir su naturaleza dominante: el hijo enfermo. Efectivamente, Ilana logró su propósito. ¿Acaso creen ustedes que Sommo pudo haberle impedido a Ilana que tentara al dragón? 

Al principio de La caja negra, Amos Oz da a entender que Ilana es una mujer perversamente poderosa, si bien se comporta como una esposa sumisa. Es una frente a Sommo y otra frente a Alec. Y hace lo que le da la gana con ambos. Sommo la quiere y por lo tanto acepta que establezca comunicación con Alec, si bien ninguno de los dos sabía –de antemano– cómo iba a reaccionar ese notable hombre de letras israelí, figura pública semi-ambulante aparentemente despreciable. El pensador y escritor virtuoso intentó mantenerse a raya, pero sucumbió a la tentación. Reacio a involucrarse sentimentalmente con cualquier otra mujer después de su divorcio, fantaseó con la despiadada Ilana desvistiéndose frente a él… ¿O claudicó cuando aceptó que ella seguía dominándolo mentalmente? Otra posibilidad sería que a pesar de su fama, Alec viviera esperando que Ilana le lanzara esa apetitosa carnada (que al final llegó) para asumir su vulnerabilidad y volver a su irrenunciable mundo trágico de la infancia. ¿Tan atormentada era su vida en soledad? 

En apariencia, Boaz supera mejor sus traumas infantiles y al llegar a la edad adulta da muestras de ser un hombre sensible, dadivoso e inteligente, adelantándose a una forma de vida que otros jóvenes adaptarían años después. Bueno, es verdad que en los años 70 proliferaron las comunas, pero ya que nosotros analizamos esta forma de vida desde el siglo XXI, también sabemos que ahora es cuando los “niños” ricos se sienten motivados a vivir de manera simple, como campesinos, cosechando sus alimentos, ordeñando sus vacas, criando a sus gallinas, produciendo su propia cerveza, confeccionando su ropa, incentivando la vida holgada sin teléfonos ni antenas parabólicas, etcétera. 

No comprendo por qué lectores como ustedes quieren llevar a Sommo a la horca o darle a beber una pócima letal. Como padrastro, incentivó a Boaz adolescente a ser responsable de sus actos más despiadados y lo conminó a aprender a escribir correctamente, y educa a la pequeña Yifat para llegar a ser lo que él considera una mujer de bien, mientras que pensando en sí mismo –lo cual es loable– demuestra ser un hombre capaz de transformar su realidad histórica para que él y su estirpe accedan a un estilo de vida próspero, con ciertos lujos y comodidades. ¿No merece una ayuda financiera para superar, también, sus traumas de niño? 

Ojo: yo no mandaría a hacer un monumento alusivo a personajes como Sommo; sin embargo, no me molesta reconocer y aceptar la fuerza de su carácter, sin perder de vista que resultó privilegiado de carambola. Yahvé lo escuchó. ¿Quién si no Yahvé? Es domingo y ya anochece, los dejo. 

Eugenia