De A. para C.

26/09/20

C.:

Son las 18:30, hace más de una hora que la editorial ha cerrado al público: la “nueva normalidad”. Me bebo un café, el tercero del día. He puesto el vinilo que me regalaste, seguro que ríes al leer esto, ya puedo escucharte decir, ​“d​e qué hablas, loca, si tú no tienes consola​”.

No vas a creerlo, por fin mi padre se ha decidido y ha vendido la casa. 13 años, 13 años tuvieron que pasar para por fin soltar los recuerdos. Qué duro perder a quien se ama. Saber que nunca más le volverás a ver. Mis hermanos y yo hemos sido pacientes, aunque entre nosotros hemos hablado durante años sobre lo poco sano para el alma que es mantener la habitación de mi madre intacta, inmaculada, con los clósets llenos con sus ropas y zapatos. El librero azul junto a la ventana con su colección infinita de esas revistas que las mamás compraban hace años para aprender a ser “buenas esposas y madres”, los recetarios escritos con esa caligrafía que siempre le envidié y sus libros favoritos. Con sus perfumes y sus anteojos dispuestos en la mesita de noche justo junto a su cama y la mecedora olor a madera cerca de la TV donde cada tarde veía ese programa sobre un perro policía que tanta risa me daba, nunca comprendí por qué le gustaba. La última vez que estuve en esa habitación fue la tarde después de haberla enterrado. Nos acostamos los tres en su cama, reímos recordando y contando anécdotas sobre ella, lloramos juntos y nos abrazamos. Después de esa tarde con mis hermanos en su habitación, no regresé. Nunca tuve el valor de abrir de nuevo esos recuerdos. Tampoco he visitado su tumba, nunca lo hice y seguramente nunca lo haré, por eso no me atrevo a juzgar a mi padre, cada quien hace frente a su dolor y aprende a sobrellevarlo.

Mi hermana se encargó de la venta de la casa, vació por completo cada habitación y contrató a una empresa que se hizo cargo de vender todo. Siempre ha sido la más determinada en su papel de jefa de la familia, que a mi hermano le da rabia y que yo no le discuto. Me preguntó si quería algo, yo sólo tomé algunas páginas de uno de los recetarios de mi mamá; al arrancar las hojas los recuerdos se dispararon, el olor de su cocina, el calor del fuego, las especias dispuestas en su tabla de madera…

El fin de semana mi papá estuvo en la casa, escuchábamos a Sinatra, su favorito. Le dije que cuando ya no quisiera más su consola y su colección de vinilos, quería heredarlos. Al día siguiente había una gran caja a la entrada de mi casa, con 12 discos y una consola. Así que ahora, querida amiga, por fin estoy escuchando el disco que me regalaste. Ya sé que me lo diste porque amaste el diseño de la portada, pero debes saber que el sonido no es tan malo. No ha pasado como con esos cientos de productos que hemos tomado juntas de los anaqueles a lo largo de nuestras vidas, cuyo diseño, forma y color nos atrapa y cuyo contenido siempre termina por decepcionarnos.

Me voy a casa, hoy me toca preparar la cena.

Con amor, A.