De A. para G.

San Rafael, Estado de México a 12 de julio, 2021

Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.
Vivir no es otra cosa que arder en preguntas…

“El ombligo de los limbos”, Versión L. S., 

Antonin Artaud 

Tu carta para D.B., donde citas: “La carta puede servir como dispositivo para validar la identidad de alguien; sea ficticio o no; viva dentro de nosotros o no”, de la lectura de Una forma de vida de Amélie Nothomb, me resulto íntimamente reveladora. 

El laboratorio me interesó por dos motivos: 1ro. en otro momento y tiempo tomé el seminario del Mtro. Humberto sobre semiótica que impartió en el Salón de Usos Múltiples del CENIDIAP. Mi incomprensión y frustración me llevó a declinar a las pocas sesiones. En está ocasión quería entender o por lo menos aprender, y creo que tomé una buena decisión. No me siento tan incompetente. 

2da. No se me da la escritura y soy lenta en la lectura. A veces es porque necesito repasar la idea y otras, porque mi curiosidad me lleva a hurgar en palabras, nombres y lugares, distrayéndome con facilidad. No es fácil enfrentar la hoja en blanco y revelar o vomitar una vorágine de pensamientos, emociones e ideas que resuenan dentro de mi cabeza y vísceras, y además hacerlo de forma articulada. 

¿Y así quiero escribir la biografía de mi padre? ¿Cómo conservar la voz del otro y sus motivos sin dejar que las elucubraciones propias construyan mentiras o verdades a medias? ¿Cómo no perderse en la fantasía sin abandonarla por miedo? Muchas vacilaciones surgen, en tanto que mi máxima experiencia fueron los numerosos oficios institucionales que he elaborado. Un telegrama me es más cómodo que abrir las puertas a las furias. 

Me encanta el estilo del personaje de Melvin Mapple, su ironía y humor negro mezclados con esa brutal frontalidad. Estando en el campo de guerra no hay tiempo, pero conserva la mesura. Yo soy más cromosoma “ñ” (de ñero), el barrio y el contexto “machín” donde vivo no me permiten delicadezas, más de dos gandallas han querido sacar ventaja. Se pelea hasta por el espacio de estacionamiento de los autos. Nos llaman las favelas de San Rafael. Y es contrastante como muchas cosas en la vida, por ejemplo, cuando alguien del barrio muere, los vecinos llegan con flores, velas y artículos para que los dolientes preparen el café que se ofrece al terminar el rosario durante el novenario. Las señoras se ofrecen de cocineras para dar de comer el día del sepelio y a los nueve días, los hombres cargan el féretro y no permiten que nadie de la familia lo haga porque creen que es como si les apurara que se fuera. 

Después se regresa a la vorágine de la vida cotidiana, hay sucesos que nos confrontan o nos unen. No sé cuál será la mentira en este ambiguo devenir, pero no me cabe la menor duda de que el olor a tierra mojada, la constante lluvia desde la mitad del año, el frío que congela el agua en enero, el ladrar de los perros y mis vecinas que me preguntan, cuando no me han visto por un tiempo, si estoy bien, me hacen sentir en casa. Luego pueden surgir los rumores que incluso me han puesto en peligro. 

Te cuento para ponerte en contexto. Frecuentemente llegaba después de medianoche cuando acudía a la Ciudad a realizar algún trabajo o gestión. Usaba ropa negra y para mi mala fortuna, en el barrio en ese tiempo murieron tres bebés de meses. Se inició el rumor de que había una bruja y se estaban organizando para cazarla. Mi madre escuchó este rumor cuando asistía a los baños rusos. Preguntó dónde la habían visto y coincidía con mis horarios de llegada, así que con una soberana mentada de madre les sentenció que si algo me pasaba, también lo pagarían con su vida. Milagrosamente el rumor desapareció y abrí la paleta de colores para mi ropa, las brujas desde entonces ya no rondan el barrio y mi mamá durmió más tranquila. 

Me encanta que compartas tus cartas-dibujo, mi papá también me escribía así. Buenas noches y nos vemos el miércoles. 

La Oti (así me conocen en el barrio, otros por Amaranta)