24. 09. 2020.
Villa Madero, Champotón, Campeche.
Querida M:
¿No te pasa, a veces, que crees que somos el videojuego de alguien en otra dimensión? Así como jugar Los Sims en este nuestro plano…
Perdona por iniciar la carta de esta manera, tal vez lo normal es decir “¡Hola! ¿Cómo has estado? ¿Qué tal te ha ido en el encierro?”, pero es que pensaba en si la vida realmente tiene un destino definido para cada una de nosotras…
¿Te acuerdas de nuestro viaje a Durango? Sucedieron tantas cosas que, de saberlas, te juro que me retrataba la cara
antes
de
aterrizar
porque estoy segura de que ese
des
pla
za
mien
to
me cambió, no sólo la vida, sino hasta la estructura ósea. Puede sonar exagerado, pero yo creo que las experiencias de vida moldean nuestro cuerpo, además de nuestro corazón*.
Creo que tú y yo nunca hemos hablado del amor o de la mágica, pero tambaleante, etapa de enamoramiento. ¿Cuántas veces te has enamorado, Malec? ¿Tú crees que el amor puede medirse? Como para saber si a una persona la has amado más que a otra, o ¿simplemente es distinto y no debemos tomar ningún amor como referencia de otro? Yo una vez me enamoré, así como dicen en las películas que el tiempo se detiene, que ves a la persona en cámara lenta y toda la cosa. Es bien potente, porque es real; yo pensaba que era puro chantaje cinematográfico, pero sí sucede. Lo experimenté a los 20 años, ahí en Durango y desde entonces he querido compartirte esa anécdota, pero cada que coincidimos estamos muy envueltas en otras cosas, ya sea trabajo o simplemente nos damos un saludo fugaz y seguimos andando el camino. Y tampoco es que el pasado me quite el sueño, pero hay situaciones de la vida, encuentros, que son como serendipias… o algo así. Siempre me ha parecido curioso que en ese viaje estuvimos juntas, en la misma habitación (recuerdo también que no dejabas de hacer los ejercicios del taller que estabas tomando y tu entusiasmo + adrenalina ponían a girar mi serenidad y mis ganas intensas de conciliar el sueño, ja ja ja), compartiendo tiempo, espacio, risas, y después de eso, ¡FUM!, fue como si nos hubieran lanzado a un lugar donde la gravedad imposibilita volver a coincidir.
Es una larga historia, y como me dijo una amiga hace unos años cuando le conté de una carta que estaba por enviar, “es probable que al destinatario no siempre le interese lo que le estás diciendo. Hay cosas que debemos conformarnos con saberlas nosotras y punto”. Para bien o mal, yo no estoy de acuerdo con eso. En fin… todo esto porque tú conociste a quien yo amé, y el anhelo de contarte esa historia realmente es sólo un pretexto para invitarte una taza de café cuando la vida decida que es momento para nuestro reencuentro.
Me encantaría saber que estás bien, que eres feliz, que estás tranquila. Te recuerdo con mucho cariño y confío en que un día los astros se alinearán para platicar frente a algún horizonte.
Mientras, te envío el vaivén de las olas y el canto de las sirenas campechanas para arrullar tus sueños.
Con cariño,
ACT
*(Tengo la teoría de que es por eso que cuando nos vemos en una fotografía de años atrás nos vemos diferentes, no sabemos en qué, pero diferentes).
P.d. 1: Quiero compartirte la fotografía de mi aterrizaje en Durango, ¿tú también fotografías el paisaje desde las alturas cuando estás en un avión?
P.d. 2: También te envío el paisaje horizontal que veo mientras escribo, para que sepas que lo de las olas y el canto de las sirenas es real. ¿Le temes al mar cuando la marea sube?