Querida M.:
Debo confesar que he leído más de una vez tu carta. La coincidencia y la casualidad. Te escribo un día antes de cumplir 13 años de casada. Me casé con un hombre 5 años menor que yo, mi abuela materna se casó con uno 11 años menor que ella y mi abuela paterna con uno al que le llevaba 6 años.
Lo conocí en el trabajo y he de confesar que al principio me daba muchísima flojera, no teníamos “nada en común”. En esa época, mis noches y días sin dormir no eran por pensar demasiado como ahora; vivía de fiesta, rodeada de gente tóxica en todos los sentidos. Él me parecía demasiado serio y responsable y yo… bueno, yo estaba demasiado confundida.
Fue justo trabajando en el museo donde, después de haber compartido oficina en Mérida por más de un año, nos dimos la oportunidad de hablar y conocernos; a partir de entonces todo sucedió con demasiada prisa (o tal vez no).
Nunca había pensado en casarme, me parecía ridículo todo lo relacionado con la institución que crea un vínculo conyugal y sus ceremonias. Cuando llegó el momento, simplemente sucedió. Habían pasado sólo cuatro meses de nuestro regreso a Mérida y ya estábamos casados. En nuestras familias nadie entendía nada; y entre mis amigos mucho menos. Mi cabello de colores y los piercings desaparecieron y toda mi vida se fue reconfigurando hacia otros sentidos e intereses. No tuve vestido de princesa, tampoco llegó el príncipe azul a pedir que me casara con él. Fue en una charla cualquiera en la que ambos lo decidimos, nadie se lo pidió a nadie. No hubo anillos, no hubo ceremonia religiosa, ni promesas de amor eterno.
Como en todas las relaciones, hemos vivido ésta como si estuviéramos dentro de un enorme caleidoscopio, su belleza y caos depende de quien observa. [Las partículas y la ilusión, sea óptica o no].
Soy neurótica, no soy fácil y él es siempre positivo y feliz. Trato de vivir creando mis propias reglas y significados para mis emociones, pensando que tengo el poder para hacerlo, pero siempre me descubro anhelando tener esas historias de amor que nos han contado desde pequeños; a veces exigiendo demasiado a todos, esperando que me quieran y me demuestren amor como pienso que debería ser. Entonces llegan la insatisfacción y las frustraciones. Y así también me descubro buscando en otros lo que debería buscar en mí.
Él siempre quiso hijos, una familia numerosa, con risas y carreras por todas partes. Yo no, tenía (tengo) terror. Pensaba siempre en el dolor físico y emocional que provoca una nueva vida, una que depende de ti. Pasaron 9 años, 9 años en los que todos sus amigos y nuestros familiares nos preguntaron hasta el cansancio, “¿para cuándo el bebé?
Una tarde, en medio del silencio, simplemente lo miré y le dije:
– Si vamos a tener un hij@, deberá ser este año. No me respondió, o quizá sí, porque en su rostro se dibujó una sonrisa.
A las dos semanas de mi inesperado monólogo, una nueva vida se formaba en mi vientre.
Y aquí estamos, trece años después, viviendo una vida sin planear demasiado. Tres seres compartiendo el espacio y el tiempo. Dejándonos sorprender. Con dudas y sueños de escapismo. ¡Siendo funámbulos!
Me gusta que tomes fotos y que me las compartas. Que encuentres mensajes secretos que permitan conectarnos. La cartulina verde, la camioneta y el coche clásico me hicieron pensar en algunos de mis hábitos para matar el tiempo: dibujar rostros a la parte trasera de los autos mientras estoy atrapada en el tráfico o inventar historias y nombres a las personas con las que comparto sala de espera en alguna oficina u hospital…
Me preguntaste de las fotos, ¿dónde encontrarlas? Honestamente no tengo idea, han pasado más de trece años de aquel trabajo. Te voy a compartir algunas de las que conservo.
Es un poco intenso el tema de la muerte y de nuevo pienso en la coincidencia y la casualidad. Mi madre murió un 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, de acuerdo con nuestras tradiciones…