De A. para P.

Comenzaré a escribir, comenzaré desde la incertidumbre que me causa el acto de poner en palabras un sentimiento tan complejo y variado como es el amor; Amor, así, en abstracto. Sí, sin una imagen que nos lleve a entender el universo que abarca esa palabra.

Tengo infinidad de ejemplos que podrían servir de definición, como “El beso” de Munch, que a mi parecer es la imagen precisa de la palabra amor: dos cuerpos que chocan en un instante para fundirse y explotar, explotar en un beso. Vida y muerte.

Dos en uno.
Uno + uno
Uno y uno
“Y” que se vuelve intersección.
La intersección de dos mundos explotando

Lo más parecido a la muerte es el orgasmo, sí. El orgasmo que deviene del amor.

Hablemos del verbo, ¿te parece? Amar. ¿Qué es amar? Así en infinitivo, en acción… O podríamos hablar de algo más simple, si prefieres, la palabra llana, bonita, pronunciable más no ejecutable: “Amor”, y es ahí donde está la diferencia. Bien decía José José… Quizá quieras cambiar de tema. ¿De qué hablamos? Dime, ¿de qué?, ¿de las noches de desvelos, sentados, con una cerveza en mano, tratando de encontrarle los colores a ese mundo gris que nos estaba suprimiendo? ¿De qué hablamos?, ¿de los sueños rotos?, ¿de los planes no hechos?, ¿de los cientos de cartas no escritas?, ¿de los libros recomendados sin leer?, ¿de los amores fallidos? O, ¿prefieres meterte un LSD y mirar el mar? El mar pintado en una pared de tres por dos, mientras escuchamos, a lo lejos, los gritos de una pareja que se destroza en reclamos, celos y llanto para, acto seguido, jurarse amor eterno. ¿Lo recuerdas? Terrible diversión desperdiciada…

Y nuevamente aquí estamos, dos años después, dándole vueltas a las mismas cosas. Será que los amigos siempre hablamos de lo mismo, del amor. ¿Habrá otro tema más importante que tratar? Cuando Zeuz partió al hombre en dos como castigo, lo condenó a un éxodo infinito, tratando de buscar esa otra parte que le falta, que NOS falta.

Y es que, a lo largo de la historia, el amor parece ser el argumento sobre el que gira toda la humanidad. Todas las guerras se gestan por amor. El amor es la base de las religiones, el conflicto de grandes novelas, el impulso para conquistar tierras, cruzar océanos. En la mitología, el amor está presente en innumerables momentos y seguimos sin saber de qué hablamos. ¿De qué hablamos, realmente, cuando hablamos de amor? Y no lo digo por el título del texto de Raymond Carver. No, lo digo porque siempre hablamos de otra cosa. Cuando digo amor digo odio, cuando digo amor digo celos, cuando digo amor digo olvido, digo memoria, colección, necesidad, tóxico, sexo, perversión, rojo, amarillo y azul; también digo fobia y digo política y revolución. ¿Cómo una palabra, en apariencia tan pura, termina desvirtuándose? (Los matices de la vida). Pensaba en la pregunta de Humberto, parafraseándolo, “¿Cuál es el tema eje de la novela? ¿El conflicto armado o el amor entre A. y X.?” Yo creería que la segunda, porque cuando hablamos de una cosa, siempre queremos hablar de otra, Romeo y Julieta, por ejemplo. Muchos dirán que es una historia de amor, yo creo que es una historia de guerra. Dos familias enemigas que no pueden convivir en un mismo espacio. Dos familias que se odian y lapidan el amor de uno de sus miembros por este odio heredado ¿No te suena? ¿Acaso no se conforma, así, este planeta? Divido por naciones. Guerras constantes matando niños, destruyendo la naturaleza…

Sabes, llevo largo tiempo, años, pensando en la memoria, en el objeto, en la herencia y la trascendencia del ser. Y pensando en eso, miraba el Facebook y recordaba las cartas de A. para X. y las de James Joyce a su esposa, las de Alejandra Pizarnik a su eterna enamorada, las cartas y sonetos que Sor Juana escribió a la Condesa de Paredes (Lysi) o a Sor Filotea y pensaba en el goce de la espera, en la dedicación, en el tiempo otorgado a la escritura, en la pulcritud y determinación de la mano sosteniendo la pluma al escribir y saber que no hay retorno. ¿Cuánto tiempo para la escritura? ¿Cuánto tiempo más para la respuesta? El acto íntimo de leer, casi en secreto, una correspondencia.

¿Cómo expresar ahora el amor, la tristeza, las disertaciones, en un mundo globalizado y resumido en 140 caracteres? ¿Tiene algún sentido, ahora, la espera? Cuando el manuscrito era lo que el cuerpo o lo que la carne, corría el riesgo de desaparecer, de ser quemado, extraviado, de morir.

Ahora tengo miedo del registro innecesario, de las palabras puestas sin peso en el muro de otros y en el propio. Corro el riesgo de tener recordatorios constantes de sucesos que deseo olvidar porque son intrascendentes. Y me niego a atiborrar de recuerdos faltos de entraña el escaso espacio de memoria que aún me queda. En estos tiempos pareciera que el amor está puesto como un número que se multiplica infinitamente. Un fractal colocado que carece de individualidad. Los post de cumpleaños son casi iguales, varían por una o dos palabras, son cortos y llenos de emoticones. Y cuando no hay nada que poner, un emoticono es suficiente para estar presente. Las palabras suenan, en las redes, tan genéricas. Una plantilla que se usa una y otra y otra y otra vez para toda ocasión.

Aguardar la llegada de un correo, comprar sellos postales a escondidas o escribir por la noche, a luz de una vela, fueron emociones de amantes de otros siglos; en éste, todo va de otro modo, no hay tiempo para detenerse, irónicamente en medio de una pandemia que nos ha detenido físicamente. Y aquí entra otro cuestionamiento “la presencia” y el “estar”. Hay días en que pienso que la presencia está sobrevalorada, luego miro las decenas de cartas que he coleccionado por años, los objetos que atesoro de tantos seres queridos, ausentes o presentes; veo mi máquina de escribir y pienso que sigo siendo una romántica a la antigüita, y sé que tú también lo eres, por eso nos entendemos y seguimos en la búsqueda…

Vuelvo al tema, porque me desvío, siempre me desvío. Hablaba del amor en estos tiempos donde lo real ha sido trasladado al ciberespacio. Y ahí, donde todo pareciera tan democrático y la libertad de pensamiento y expresión parecieran ser el bolillo de cada mañana, el internet está definiendo nuestras posturas, nuestros gustos y hasta nuestro lenguaje. YO construyo mi imagen, tomo unas fotos y subo la que más me gusta. YO posteo únicamente lo que tengo ganas de postear. YO defino lo que quiero que los otros sepan de mí. Todos los Yos son un avatar del real, un “afuera” que nos impide ver al “real”. ¿Cómo medimos el amor ahora? ¿En la exhibición de un romance? ¿En cambiarme el estado en Facebook? ¿Cuando acepto públicamente mi compromiso por alguien? Y ante esto me pregunto, ¿no tendría el amor que transformase?, ¿no tendría el futuro que transformar el amor? ¿Dónde ponemos el amor? ¿Dónde ponemos lo íntimo? ¿Qué implica la exhibición? ¿Dónde está la política del cuerpo? ¿Quiénes somos? ¿Cómo olvidamos? ¿Cómo recordamos? ¿Cómo nos comprometemos? ¿Es necesario comprometernos? ¿Qué es amar en estos tiempos? ¿Necesitamos amar o únicamente ser amados? El nuevo espejo de Narciso, la pantalla negra: el celular, esa pequeña pantalla que me notifica día con día qué tanto piensan otros en mí, ¿será eso el amor?, ¿tengo ganas de amar así?

Es por eso por lo que publico poco, es por eso por lo que posteo poco, es por eso por lo que guardo en mis redes pequeños mensajes de amor encriptado, sobre todo en Instagram, pequeños mensajes y momentos que me gusta conservar públicamente en privado; pequeños fragmentos de mí, gritando estoy viva y también estoy muriendo.

Perdona tantas palabras, tantas líneas arrojadas, tantas ideas, pero cuando hablo de amor me excedo y al mismo tiempo me quedo corta. Sigo con la incertidumbre inicial, con la falta de certezas, sigo sin saber de qué va el amor, así como cuando te conocí, salvo que ahora lo pienso menos y procuro vivirlo más. Sigo pensando que el amor es la estupidez más grande que experimenta el ser humano a lo largo de su vida y que el corazón prefiero llevarlo entre los pies para patearlo cada vez que camino.

No sé si alguna vez te di las gracias por los abrazos, las sonrisas y los consejos cuando mi corazón quedó peor que pintura de Bansky,

GRACIAS, P.
Atte: A.