De A. para Todos

San Rafael, Estado de México, 1 de junio, 2021. 

De Amaranta para asistentes al Laboratorio. 

Al leer las cartas de los miembros del grupo me revolotean ideas, imágenes e intereses diversos sobre la lectura de La caja negra que realizamos, así como los diferentes momentos que cada uno relata. Como la carta de Diana para María Elena, donde menciona que “la mente es muy poderosa” o que “el poder tiene tantos ángulos” y yo concuerdo. O “el poder se manifiesta de diferentes formas” en la carta de Larissa para Arturo, o “El derrumbe de una cama” de Eugenia. Intento concentrarme en un enfoque y en el concepto de poder. Regreso a la manipulación de Ilana o a la pretendida dureza de Alex y el caos de Boaz, dejándome capturar por el poder de la palabra, el silencio, lo grotesco y el dolor

De manera abrupta me toma por sorpresa la vida cotidiana de mi barrio, esa que transcurre poderosa, mientras los vecinos bajan un cerdo del cerro para su venta y los chillidos me ponen la piel de gallina y me hacen un hueco en el estómago. La ansiedad se presenta para terminar con una terrible frustración al ver lo lastimado que llega a pie de carretera y mirar cómo lo suben a la camioneta que lo trasportará al matadero. Los ladridos y peleas de las bandas de perros que se reproducen sin control a causa de dueños irresponsables, se suman a los sonidos del barrio; y no puede faltar la música de banda en la tienda con bocina en puerta. 

Regreso al motivo de esta carta, el poder de la gente de hacer lo que le dé su regalada gana con o sin conciencia de ello: el poder de la vida que será arrebatada a ese animal tras ser pateado, golpeado y mutilado de una oreja para subirlo a la camioneta; el de la fuerza de las manadas por defender su poder en el territorio o el del vecino que sin importar los gustos de los demás, pone a todo lo que da sus preferencias musicales; e incluso el mío de sentir que vivo en un lugar maravilloso que me aporta identidad en medio del caos. 

Tan arrebatador es el poder que hay quienes consideran a otros una mala imagen y una fuente de contaminación por el olor: dicen que su condición de calle se debe a que es un huevón y no merece la más mínima consideración, motivo suficiente para vulnerar aún más su frágil estado, quemándole sus cobijas o mojando a media noche el lugar donde se refugia Héctor, miembro de mi comunidad con trastorno psicótico. 

O será un poder especial que tiene Héctor cuando disfruta las tardes en su banca y se pasa las horas observando las aves del parque o compartiendo su torta con los perritos que pasan camino al mercado por algo de alimento; tal vez es el poder que despertó algo en algunos miembros de la comunidad que están dispuestos a elaborar un cuarto o una alternativa para ayudarlo, reconociéndolo como un miembro más. 

Quizás sea el poder de continuar aquí tras una pandemia en un país donde se entiende poco de lo que esto implica y ver a algunos de mis seres cercanos que no han enfermado y a otros que lo superaron, mezclado con el sentimiento por los que no libraron la batalla o por quienes, por una brecha de desigualdad, no pudieron pagar el oxígeno. 

Está el poder en la ostentación de las acciones y decisiones políticas que han fracturado, enfrentado y expulsado a poblaciones enteras, ahí donde se ejerce poder sobre otro para someterlo, desaparecerlo o explotarlo. O el de los campesinos que aun frente a un mercado de desigualdad y consumo, salen cuando todavía no amanece para cosechar lo que alguien comerá en futuros meses, cuidando con esmero su crecimiento. 

Divago por la palabra PODER, pero veo infinidad de posibilidades por fortuna. 

Gracias por leerme con tanta premura, espero mañana nos podamos ver. 

Amaranta