De C. para A.

Hola, A.

No sé por dónde empezar. Quizá debería reprenderte por la cantidad industrial de café que bebes al día, pero lo dejaré pasar… esta vez.

Tu carta me encuentra en el parque de Itzimná. Se me ha hecho costumbre venir un par de veces al mes a comprar fruta y pan. Ya sabes que Oliver no puede vivir sin desayunar una rebanada de “algo” fresco y frutal y yo no puedo pasar demasiado tiempo sin mis chocolatinas del Escargot. Ni siquiera cuando vivía aquí abracé una rutina como ahora. Nunca me gustó esa casa.

Casa, el tema de tu casa. ¿No te parece curioso que tuvieran que pasar justo 13 años? No puedo imaginar lo difícil que fue para tu papá y para ustedes desprenderse de todos esos recuerdos y de un espacio tan significativo, cargado de emociones y de ella. Disfruto leer tus descripciones, cómo era, sus objetos y sus costumbres, siento que a través de ti puedo conocerla y pienso que justo al desprenderte de un espacio dejas lugar para lo realmente importante que, poco a poco, va a cobrar vida frente a tus ojos. Gracias por compartirme algo que sé que atesoras con cuidado y amor.

Entiendo que llevara tiempo tomar esa decisión. Cuando me tocó vivir mi propio duelo, lo que hice fue visitar inmediatamente todos y cada uno de los lugares que significaron algo para mí y donde tenía recuerdos. Por eso hice ese viaje hace dos años y tengo esa obsesión con Polanco. Intento demostrarme que soy lo suficientemente fuerte para ver a la cara mis recuerdos y no romperme. Y sí, adivinaste… Creo que tu proceso es mucho más amable que el mío y me llena de tranquilidad leerte nostálgica pero con gratitud.

Y también me hace feliz saber que una decisión muy guiada por la estética no salió mal esta ocasión, ¡y que finalmente tienes una consola! ¿Es bonito, cierto? El ritual del vinilo, sacarlo con cuidado de su caja, el tacto del material, poner la aguja con toda suavidad en su superficie y ese sonido, opaco y lejano, que se va colando en la habitación. Los rituales son importantes.

Así que… como te decía, estoy en el parque. Me senté a comer una torta de lechón y a tomar una coca cola, y a contemplar. Sólo hoy me sorprendí mucho porque de pronto vi venir al dueño del Escargot, cruzando la calle con una bialetti y una taza blanca con su respectivo platito a juego, muy sonriente. “Para que disfrutes tu estancia en el parquecito”, dijo, y me sirvió un café que olía delicioso y que estoy segura te habría gustado, y yo no supe qué hacer con ese gesto más que darle las gracias y prometerle que le llevaría de regreso su taza… cosa que obviamente hice, acompañada de un dibujo de un croco, sentado en el parque, bebiendo café. Él no sabe que me salvó de mi propia nostalgia.

“Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”. Ahora tengo que volver a casa. ¿Nos escribimos pronto? Porfa, bájale al café.

Con cariño, C.