5 de diciembre, 2020
A. querida,
Me gustaría comenzar mencionando que me alegró mucho recibir tu carta, leerte fue un verdadero apapacho. Las preguntas que me haces las tengo ya anotadas en mi agenda, no es tan hermosa como las que tú elaboras, pero me ha servido para ir haciendo registro de todo lo acontecido durante la pandemia. No lograré responderlas en este momento, tal vez me falta vivir, pero las tendré en cuenta en el transcurrir de los días.
Cuando era niño me preguntaba qué haría si tuviera un súper poder, muchas veces terminaba pensando en ser invisible o en correr muy rápido, me gustaba imaginarme en las olimpiadas ganando alguna medalla. Ahora, con el paso del tiempo y atendiendo a tu pregunta, me gustaría que cualquier niño tuviera la posibilidad de soñar, de ser, de decidir y de tener un acompañamiento en su crecimiento; no me gustaría controlar cómo suceden las cosas, prefiero pensar en la igualdad de condiciones y que a partir de ahí se construya el nuevo orden, con la participación de todos.
Lo sé, es demasiado romántico el pensamiento, cuando termino de escribirlo me doy cuenta de que no sucederá, pero si en una carta no se puede soñar, ¿entonces dónde es el espacio para hacerlo?
Hablando de los sueños y de la infancia, regresaré en el tiempo y te contaré una anécdota personal…
Tengo 8 años, es diciembre de 1992. Está por finalizar el año pero mi cabeza está puesta en el 6 de enero del 93, no me interesa la Navidad, tampoco la cena de Año nuevo, lo único que estoy esperando es la llegada de los Reyes Magos, estoy seguro de que en esta ocasión sí me van a traer la bicicleta que les he pedido durante dos años y que mis papás no me pueden comprar.
Todos esperan la cena de fin de año para pedir los 12 deseos, yo sólo tengo uno. Me adelanto, desde el 31 de diciembre ya tengo mi carta, me parece que los Reyes Magos no pueden recorrer el mundo entero en una noche, así que me tengo que prevenir por si pasan a mi casa días antes. Desde el 31 escondo la carta en un lugar secreto para que nadie más la encuentre, salgo por las noches y les hablo al cielo, según entiendo es de allá de donde vienen.
1 de enero, no se han llevado la carta…
2 de enero, no se han llevado la carta…
3 de enero, no se han llevado la carta…
4 de enero, no se han llevado la carta…
5 de enero, no se han llevado la carta…
6 de enero, no se han llevado la carta y no está la bicicleta.
Lloro inconsolablemente y mis papás no entienden, no saben por qué no me alegro por el balón que me trajeron si mi sueño es ser futbolista.
No sé qué me duele más, que no me hayan traído la bicicleta o que ni siquiera hayan tenido la educación de llevarse mi carta.
La historia se repitió por 2 años más, hasta que le conté a mi mamá el lugar en el que escondía la carta.
Para algunos niños, es una mentira bastante cruel.
Con cariño…
D.