De D. para D.

2 de noviembre, 2020

Querida D.,

Estoy viajando.

Tus palabras trazan caminos por los que quiero manejar. He decidido regresar al volante, darme una nueva oportunidad. Debo aceptar que estoy nervioso, el sudor corre por todo mi cuerpo y no sé si es por el calor penetrante que hay en Mérida o por la decisión que he tomado. Introduzco la llave en la puerta izquierda del Ford Crestline Victoria 1953, ya lo sé, es un clásico. Eso me pone más nervioso todavía. Agradezco a mi casero que me haya permitido utilizar su automóvil.

No, a él no le conté lo que me ocurrió, si se lo hubiera confesado, no hubiera accedido a prestármelo; él cree que manejo perfectamente.

Abro la puerta y me siento frente al volante, el sudor aumenta en un 100%, nunca pensé que estaría en esta posición nuevamente, había decidido no volver a hacerlo, pero llegó el momento: coloco mis manos sobre el volante…

La forma adecuada de colocar las manos en el volante es la técnica de la caratula del reloj, las manos se ubican haciendo las veces de las manecillas. La posición adecuada es a las 9:15 o las 10:10; en este caso la mano izquierda es el horario y la derecha el minutero.

Mientras recuerdo las indicaciones de mi hermano, (él fue quien me enseñó a manejar) volteo a mi lado derecho y mi brazo muestra las cicatrices del accidente, testimonio en la piel de mi pasado. Viajo por un momento al fondo del río, afortunadamente el nivel es muy bajo, te recuerdo que no sé nadar, el agua cubre únicamente la mitad de mi cuerpo y desde ahí te pienso. Recuerdo que en tu última carta me hablaste de seguir la ruta, es lo que estoy haciendo, regreso frente al volante…

Volver al presente y encender el coche.

¿Quién lo iba a decir?

Estoy manejando nuevamente, me emociona mucho, creo que nunca había disfrutado de tal manera el aire que entra por la ventana, tal vez es porque después de 14 años LO ESTOY LOGRANDO; me permito sonreír y saludar a las señoras de la colonia que han sacado sus sillas para platicar con las vecinas. En la colonia Yucatán así lo acostumbran, cuando baja el calor, se reúnen para platicar, aunque muchas veces las he descubierto calladas y es cuando se me antoja sentarme con ellas para compartir el silencio; admiro su paz y su tranquilidad, supongo que eso se consigue con la edad.

No, no me distraigo más, ya aprendí que eso puede ocasionar un accidente, para ser sincero, me hubiera gustado pisar el acelerador y viajar a Progreso, extraño el mar. Recuerdo que el carro no es mío, que ya choqué con un carro prestado, que es un automóvil clásico, que no tengo licencia, que estoy siendo imprudente, pero no me importa, LO ESTOY LOGRANDO, no tengo miedo.

Gracias por leerme, gracias por acompañarme, eres un gran copiloto.

Sin duda, si en algún momento decido hacerlo, si deja de ser mentira, te llamaré para contarte, para decirte si sucedió como lo imaginé o para contarte lo diferente que fue.

Después de dar un par de vueltas por la colonia, me estaciono en el número 102 de la calle 22a y respiro, he vuelto a manejar.

D.