Lanza
Mérida, Yucatán, 4 de noviembre, 2020
David, el agua se agita sobre tu cuerpo y susurra, “no sabes nadar”. Cada una de tus palabras se espina en tu garganta. Un ruido forastero te habla, le hace cosquillas al agua pero no comprendes su lenguaje. En las pupilas de tus ojos se espeja el miedo en forma de mujer y sujeta el frío de tu piel empapelada, te besa con sus labios agrios, ajenos, con olor a madera vieja, y te abraza con la calidez de un cuerpo agitado.
En las orillas del río sumerjo los dedos de mis pies hasta sentir la tierra quemando los poros de la piel que no tengo. Sales del agua sin mirar tu cuerpo. Tus pies descalzos, sin huellas, se desesperan por alcanzar las luces que centellan y a las que urge que llegues. “Crees en presentimientos”, escuchas entre la multitud de cánticos a una virgen.
Desde mi distancia no te miro, sólo sigo el perfume que aterriza en el silencio de lo que no me dices con palabras en tu carta. La leo bajo la sombra de una lanza atravesada en el pecho. Me duele, por si quieres saber. Sentada y desnuda miro mi lanza. La punta se enreda con mis cabellos oscuros y la acaricio para que no continúe su camino por mi cuerpo. No te preocupes, estoy bien. Lleva ahí un largo silencio. Pero dime, ¿dónde estas? Brincas de escena en escena, junto al poste, en el río, en el abrazo de un telar de viento que grita con el desabrigo de tu miedo. Es tu voz la que te persigue y es la mía la que me alcanza.
Es esta una carta olvidada y la recordará un medio cuerpo y el rostro de alguien que sin duda es él. La leerá filtrando todo con sus palabras y desde su profundidad me mirará. Pensaré entonces en la verdad que se registra entre sus letras y en lo que se escuda con ellas. Sentiré el zumbido de su lectura diurna o nocturna y eso me reconfortará.
Le podré decir que mi adiposidad tiene forma de lanza y que la afilo por las noches cuando me baño, la cubro con las tormentas eléctricas, le ato listones de colores entre mi piel y el metal para que se disimule la abertura, anoto en mi cuaderno la distancia que va atravesando, le escribo poesía y le doy nombres distintos para que se entretenga. En ocasiones se inquieta, la regaño con mi silencio denso y mis ojos fruncidos. Hay que entenderla, quiere seguir su ruta, salir por completo de mi pecho y volar hacia otro sitio, en otro cuerpo. Si me descuido toma control, cimbra y repta entre mis huesos, crujen con un eco negro. Alcanzo a acariciarla y le canto con ruidos secos hasta que deja de moverse. Luego ambas descansamos de luchar.
No nos mires con tus ojos de extraño, mejor sellemos nuestra relación de miradas antes de que nos demos la vuelta.
Me despido, ojos míos, y espero que otros ojos te encuentren.
D.