De D. para H.

Diana

H., 

¿Dónde están mis sueños? Desde mi llegada no los puedo recordar. Sólo alcanzo a ver una breve imagen que se evapora al tratar de definirlos, es tan sólo un residuo que me queda de ellos al despertar. A veces pienso en el tiempo y siento envidia de mí misma, de aquella época en que recordaba hasta el más diminuto detalle. Ahora todo el tiempo parece desaparecer, evaporándose con la luz. Sólo me queda una sensación, la sensación de haber estado en una búsqueda, y me siento prisionera en el gris de la incertidumbre. Sabes, fue un sueño la razón por la que vine aquí y pienso que tenía que decírtelo; no es un secreto, es una realidad basada en el deseo de vivir, de sentirme libre de miradas y de poder ser. 

Hace unos días, en el restaurante, el dueño me habló de su experiencia al ver caer a un hombre a su lado, sentirle desplomarse, y quedar ahí, sin vida, dijo. Eso lo impulsó a dejar aquel lugar bello, donde tantos sueñan vivir y tantos más dejan de ser. 

Ayer vi a un hombre en la azotea de la casa, se estaba arrastrando, escondiéndose para que no lo vieran; sostenía su celular entre las manos y estaba filmando. Al verlo le pregunté: ¿Qué hace? ¿Por qué esta en mi azotea? ¿Qué es lo que busca? Dijo que estaba filmando al vecino que poda mi jardín del otro lado. Dijo que lo había reportado a la policía por el ruido que, de acuerdo con él, hacía. Y yo le respondí: “de acuerdo con usted él hace ruido, pero usted cruza un área privada que no tiene ni permiso ni derecho a invadir. ¿Cómo sé yo que usted no es un ladrón tratando de ver la forma de entrarse a mi casa, con su colega, que en la distancia vigila, para avisarle que alguien lo está viendo? ¿Qué hace trepándose a escondidas por las paredes ajenas? ¡Esto sí es un delito! ¿Por qué no vino y pidió permiso? Debería de reportarle por romper las reglas de la ley que protegen mi privacidad, mi espacio, y la privacidad de mi vecino”. 

En realidad, no había ningún ruido, y se hizo obvio que sentía envidia porque muy pronto estará el negocio del vecino funcionando. Él está buscando la forma de detener el progreso del otro. M. y yo hemos notado que muchos desean detener el tiempo y muchos más desean intervenir el cambio y lo que implica. Hay algo como una nostalgia que nos afecta a todos hoy día y es a causa del cambio que está transformando e impactando a todos, y ninguno se salva de esto. 

Antenoche, regresando a casa, tomamos la calle inferior y estaba oscura, sentimos algo de inseguridad; sin embargo seguimos, determinados a enfrentar cualquier obstáculo. Yo aceleré el paso, cada vez más firme, como declarando que estaba allí y me acercaba. Al mirar hacia adelante vi una luz y esto nos alivió el corazón. Ninguno de los dos esperábamos lo que aconteció: ¡Buenas, entren, bienvenidos! Él estaba con los pies descalzos, su cabello despeinado, y vestía una gigantesca sonrisa agradable y amena. ¡Miren! ¡Disfruten! Así nos incorporó en su vida y abrió las puertas de su corazón y su alma. Dos semanas más tarde, aprendí que esto era su rutina. En los salones, tenía expuesta su vida, sus intereses y el transcurso del tiempo del que él fue testigo y se torna en poesía. Ahí, en un esquina, noté una telaraña y en ella una historia, tejida entre paredes. 

Las paredes sostenían unos telares que hablaban de su angustia, una pesadilla, oscuridad, luz, amor y sombras. También estaba el residuo que dejaron y que él aún mantiene vivo, después de casi más de cincuenta y cinco años. Su tiempo estaba enmarcado, guardado en pequeñas cajas, en grandes folios de varios tamaños, pero todos organizados para rápidamente ubicarlos y entregarlos a otros curiosos o deseosos de vivir su vida, de divulgarla, de compartirla o incorporarla en blanco y negro a sus entornos. Allí encontré un refugio. Los dos nos perdimos en el pasado del pueblo, en su gente y sus vivencias. Los dos soñamos juntos, y los tres recordamos partes del norte que todos entendíamos como casa del tiempo. Y en ese momento, el espacio donde estábamos se desapareció, y los tres fuimos transportados por nuestras palabras a un lugar que, aunque nunca lo disfrutamos juntos, de alguna forma los tres lo habíamos vivido y daba la impresión de que hubiésemos estado allí, presentes los tres juntos. 

Sabes, este calor es sofocante. Ahora entiendo el porqué de las cosas que me rodean. Es que el calor llega a paralizar y nos deja exhaustos, sin siquiera poder pensar en nada más que en encontrar una sombra o una forma de aliviarnos, y así no dar un paso ni tratar de formar el esquema de una frase, pues requiere de un esfuerzo casi sobrehumano. 

Hoy pienso en ese chico que está a punto de cumplir con sus requisitos para obtener su título de arquitecto. Y lo veo correr con su mochila, tratando de alcanzar el microbús que lo llevaría de regreso y a tiempo a casa. Entiendo por qué corté camino, entiendo también por qué escondiendo está en el esquema de su obra la razón de su locura, que está en la intención de un escape. El deseo de cumplir una promesa que va atada a la dicha de ser. Pero si es una estupidez y una falta de conocimiento lo que lo llevó a pensar que una estructura semejante, (sólo la forman cuatro paredes y un techo), que no tiene nada de complejidad, o por lo menos según su criterio no puede tiene ningún valor arquitectónico. 

La Sagrada Familia, Notre Dame, el Vaticano, el Duomo, son ejemplos de la complejidad y la belleza que pueden poseer. La realidad es que son visitadas por millones de personas porque son grandes obras arquitectónicas y artísticas que demuestran la poca visión del estudiante. Tal vez sea el calor lo que no le permite pensar. Incluso, si se pusiera a pensar, la construcción de la S.F., es una idea que está siendo desarrollada a través del tiempo y 4.5 millones de turistas la visitan anualmente admirando su belleza. Este pensamiento me hace regresar a esta hoja. El tiempo corre y yo, distraída ya, perdí la noción del tiempo y de nuestro acuerdo. 

Humberto, me disculpo y te confieso que me siento entusiasmada por nuestro próximo encuentro. 

___ D. 

you’ll have to excuse my lengthiness – the reason I dread writing letters is because I am so apt to get a slinging wisdom & forget to let up. Thus much precious time is lost. 

Mark Twain, Letter to a friend, 1871