De D. para S.

Mérida, Yuc., 5 de octubre, 2020

Saludos, S.
Después de leer tu carta sentí un avispero de palabras zumbando entre mi garganta y mi cabeza. Te leí con una primera mirada, como una niña, luego regresé a tus palabras y me detuve a contemplarte. Fue inevitable verte en medio de un campo lleno de flores de distintas especies, tamaños y colores. Caminabas entre ellas, sujetabas con una de tus manos tu sombrero grande y le sonreías al viento que jugaba con tu cabello. Yo te miraba desde arriba, ¡sí lo hubieras visto desde donde estoy! Luego me escondí detrás de tus ojos. Vi entonces tus manos con rasguños tapando unas cicatrices que se movían para cubrir heridas abiertas.

Te inclinaste a recoger una flor entre la tierra, pensé enseguida que era normal que las flores se murieran. Pero la tomaste con cuidado y comenzaste a cantar. Nunca hubiera imaginado que cantaras.

La melodía se posó en las hojas de todas las flores, vibraban de lozanía. Sin percatarte de lo que pasaba, comenzaste a escarbar con las uñas un hueco en la tierra, suficiente para enterrar la flor. En ese instante comprendí lo que haces para reconstruirte.

Con tus ojos me quedé mirando tus manos, las líneas de tierra en tus dedos, y escuchando los tonos que burbujeaban en tus labios. Y lo vi, hojas asomándose con timidez por encima del montículo con un rostro que llevaba un pedazo de ti.

Tengo la imagen en mi cabeza, me gustaría que la vieras. Me recuerda todas las definiciones de tu nombre. Le agregaremos otra definición a tu nombre, Sisu: “Flor que nace en la adversidad”.

Me despido con mucha admiración.

D.  

P.d. Aún estoy definiendo mi nombre.