Amor, poder, mentira y… gratitud infinita
Carta a mis compañeros del Laboratorio “Tentativas” y a Humberto Chávez Mayol, director de este proyecto.
Llegado el momento de despedirnos, reconozco que el sentimiento más profundo hacia este experimento en el que navegué con ustedes es de gratitud infinita.
Me siento agradecida por las tardes que pasamos juntos, por escucharnos y compartir palabras, incontables palabras acerca de las obras de tres autores que no elegimos, sino que nos fueron impuestos.
Para mí, leer por cumplir una tarea fue paulatinamente cada vez más y más placentero, así como también fue creciendo el disfrute de estar en las citas virtuales porque, a diferencia de mucha gente, a lo largo de toda la pandemia, realmente yo no había tenido que “reunirme” con nadie por medio de Internet. Como trabajo por cuenta propia, no había necesitado conectarme a Zoom u otros canales de comunicación grupal. Salvo mi examen profesional de Maestría, que fue el 18 de diciembre de 2020, no había tenido ningún encuentro cibernético para exponer mis ideas, y menos para comprender las de otros respecto a los temas fundamentales de la vida.
Al principio, el AMOR nos congregó para bien (¿es válido pensar que pudo haber sido para mal?); fue una buena introducción hacia el entendimiento colectivo.
Humberto armó una excelente estrategia para, por medio de un idilio sentimental, aproximarnos a comprender el PODER que representa el AMOR… Y se puso mejor cuando llegamos al PODER disfrazado de aparente AMOR…
¿El culmen? La escabrosa MENTIRA que, en realidad, de escabrosa no tiene nada porque convivimos con ella todo el tiempo… ¿cierto?
Para la cita de mañana miércoles me voy a poner una blusa que tejí con hilos de colores; ya verán lo bonita que me quedó; la empecé cuando dio inicio este experimento. Fui al centro a comprar estambre de algodón en bolitas de 50 gramos. La chica que me atendió me sugirió un color para cada uno de los grandes temas que trataríamos a lo largo de estas citas: rojo para el AMOR (no podría ser de otra manera); azul petróleo para el PODER, y amarillo oro para la MENTIRA… Desde niña aprendí a tejer con dos agujas. Mi mamá, como muchas mamás mexicanas, fue una gran tejedora… y yo le heredé ese gusto. Ella y yo tuvimos una tienda de estambres… Bueno, ella puso la tienda, y yo solamente era la chica que despachaba y, ocasionalmente, daba las clases de tejido.
Hablo de cuando todavía vivía en Durango y no había cumplido los 18 años… En aquella época se puso de moda tejer, a tal grado que como despedida de la prepa, en el último semestre, mis compañeras de salón y yo hicimos un intercambio de suéteres tejidos… Casi todas tejimos los suéteres que regalamos. Una que otra, por supuesto, hizo trampa.
Es posible que a la hora de la hora, mañana, no me ponga la blusa recién tejida. Quizá mejor me ponga un vestido blanco en señal de agradecimiento infinito. Sí, mejor.
Entre todos los kilómetros y grados centígrados que nos separan, nada como vestir del color de la pureza para quitarle espesura al silencio que se apoderará de nuestro pequeño mundo mañana, a las 8:30, cuando nos desconectemos.
Gibrán traía una camisa blanca de manga larga en la cita del miércoles pasado; Humberto traía guayabera color rojo sangre… Amaranta traía suéter gris… El gris en Amaranta no encaja con el timbre de su voz; lo sentí como una especie de eco vibrando cada vez que abría su micrófono para tomar la palabra. Sin embargo, sé que Amaranta vive a los pies de una montaña, y ahora comprendo que ese eco que percibí proviene de ese ser vivo que, más que otro elemento, aparte de nuestros rostros y nuestra abismal lejanía, se hizo notar reunión tras reunión.
Pues sí, a punto estamos de despedirnos y, por lo tanto, sólo nos falta poner las cartas sobre la mesa. Las cartas, ¡sí! Somos afortunados por haber incursionado en este género. Definitivamente yo intentaré seguir ejercitando esta variante literaria. Lo dije en nuestra primera reunión: si decidí entrarle a esta “jugada” fue para enrolarme en una disciplina de escritura que me obligara a pensar en cosas ajenas al trabajo y a abrir Word en mi computadora con una finalidad distinta a las habituales. De las lecturas no me hice muchas ilusiones, pero todo resultó mucho más placentero y redituable (espiritualmente hablando) de lo que pude haber imaginado. Por eso escribo esta ultimísima carta agradecida… Va para cada uno en un sobre blanco, el remitente ya lo saben:
Eugenia, en Mérida, Yucatán, el 27 de julio de 2021