De E. para J.

1° de junio, desde el lugar donde ya se siente 
que me han bajado la dosis de cortisona que estaba alterando todo mi control

Estimado Jesús, no nos conocemos, pero quiero atreverme a enviarte esta carta con el fin de generar lazos. El tema del poder o el punto de vista que tengo sobre este concepto no tiene nada que ver contigo, sólo hay un interés por compartir y abrir puentes con alguien con quien no he interactuado. 

Desde la semana pasada que empecé a leer La Caja Negra y a analizar el tema del poder, he reflexionado mucho sobre esta palabra y sobre todo me he dado cuenta de la importancia que ha tenido en mi persona. Te explico: cuando estaba en el Seminario de Monterrey estudiando para sacerdote, había una materia que me encantaba y que se llamaba Metafísica; cuidado, no me estoy refiriendo a esa pseudociencia (lo siento, es mi personal punto de vista) sobre cosas espirituales y etéreas, sino que me refiero a la rama de la filosofía que estudia el ser como un ente que está constituido por lo uno, lo bueno y lo verdadero (y algunos autores se atreven a incluir la belleza, yo no estoy seguro de estar de acuerdo con ninguna de las dos opciones). 

Este punto de vista es una construcción de la filosofía tomista, parte de todo el fundamento de la religión católica. El punto al que quiero llegar, y disculpa que me vaya mucho por las ramas, es que en la metafísica tomista se dice que el ser tiene dos estados, o “se es” (es decir, un estado actual) o “no se es”, y este último hace referencia a la posibilidad o al poder ser. Y este es el punto más importante de todo. El poder o la posibilidad es un estado de acción, de movimiento, de agresividad, porque el poder o la posibilidad implica lo que algo quiere ser y no es.

El poder sí implica fuerza, pero también implica la intención de ser algo o de querer llegar a un punto, de simplemente decir “puedo ganar”, “puedo triunfar”; en otras palabras, el poder no existe como tal, siempre es un movimiento, y cuando obtienes el triunfo o “puedes ganar algo”, la posibilidad se pierde porque “ya no puedes ganar”, “ya ganaste” y por eso se quiere o se busca otra posibilidad u otro poder.

Esta palabra me genera mucho estrés y sin embargo le doy o le damos demasiada importancia. Siempre queremos poder o siempre queremos poder hacer algo y el poder no es malo, la cuestión es que cuando ya puedes, ahora quieres poder algo más y esa hambre se vuelve insaciable como un barril sin fondo. ¿Cómo llegue a darme cuenta de que le doy mucha importancia? Hace dos años me encontraba escribiendo mi tesis de doctorado y una vez le pedí a la directora del posgrado de filosofía que leyera mi avance, cuando lo estaba leyendo en voz alta me hizo la acotación de que en mi redacción utilizaba mucho la palabra poder, decía algo así: “las personas pueden generar”, en vez de escribir: “las personas generan”. Y vuelvo al mismo asunto. El poder es un estado que se anhela o se quiere, pero muchas veces no utilizamos ese movimiento o esa intención, ya somos y no requerimos “poder” hacer algo, cuando simplemente “se hace” y ya. 

En las cartas anteriores yo hablaba de la vulnerabilidad en el tema del amor, y lamentablemente acepto que mi visión del amor está entrelazada trágicamente con el poder, porque siempre está presente la posibilidad de “poder amar” o “no poder amar”. Haciendo esta carta me doy cuenta de que el amor no debe de tener una posibilidad, simplemente se tiene que amar. Quizás por eso no he tenido la experiencia del amor, porque siempre antepongo “el poder al amor”, sin darme cuenta de que soy una persona que “ama”.

Ya me extendí mucho. Quería hablarte de la imposibilidad del amor y el existencialismo sartreano que me da fundamento y justificación para decir que a veces pienso que es imposible amar, pero a ver si podemos extendernos más en otra ocasión. 

Saludos, 

E.