28 de abril, desde la urgencia de mi mala organización
Querida M,
Me siento muy identificado por tu preocupación en cuanto a la salud mental. Yo apenas estoy saliendo de una etapa de mi vida en la que tuve que invertir mucho tiempo para poder rescatar y mantener mi salud mental; fue un proceso tan severo e intenso que ya no se trataba sólo de una cuestión mental, sino de una cuestión emocional y física. Sobre todo se trató de vivir un proceso en el que creía que podía dominar y controlar todo, pero al final me di cuenta de lo imperfecto y de que tu aprendizaje o tu capacidad de conocer o de enfrentar nuevos retos no es algo que se pueda perder.
De hecho, ha sido muy importante e interesante profundizar en esa palabra: vulnerabilidad. Parece ser, y por lo que me han enseñado, que la vulnerabilidad es una cuestión de débiles, de maricones (si lo ves desde la perspectiva de un hombre) o simplemente es algo que no se permite en una sociedad machista. Sin embargo, me he dado cuenta de la importancia de ser y mostrarse vulnerable, y lejos de pensar en algo frágil, ahora entiendo que cuando alguien se reconoce y se conoce como vulnerable, se convierte en una persona más fuerte.
Permíteme darte un ejemplo: hace dos años estuve padeciendo una fístula anal que complicó toda mi existencia. Me sometieron a dos operaciones fallidas que lejos de darme salud me dejaron peor. Ya estaba al borde de la locura cuando conocí a un doctor que me ofreció una operación laser. Fue entonces cuando cambié mi perspectiva, dejé de mostrarme como ese hombre fuerte y valiente que lo puede todo y lo primero que le dije a ese doctor en la primera consulta fue que tenía mucho miedo. Me mostré vulnerable y antes que ser despreciado por él, sucedió todo lo contrario, al momento de examinarme en un estado igualmente vulnerable (ya te imaginarás, yo de nalgas para arriba y desnudo), me tocó el hombro y me pidió permiso para ver mi herida… ¡wow! Ningún doctor había hecho eso antes.
Después de la operación tuve que llevar un proceso de recuperación de dos semanas, y cada vez que tenía que evacuar padecía un dolor, un sufrimiento y un llanto increíbles. Por obvias razones no me podía limpiar con medios tradicionales, así que tenía que bañarme con agua y jabón (aún estaba la herida); y ahí estaba yo, llorando de dolor debajo de la regadera, solo y hablándome a mí mismo: “tranquilo, tú puedes, esto te hace más fuerte, vas a sobrevivir y vas a ser una persona más fuerte”.
Al final aquí estoy, vivo, con mi vulnerabilidad y sin miedo a decir que soy imperfecto, que estoy en crecimiento, y sobre todo, que me reconozco como una persona vulnerable. Más que débil, soy más fuerte que nunca.