Pedro
Siempre que te veo tienes el semblante sonriente y pensativo, y por eso supongo que eres un chico sensible y tranquilo que sabe disfrutar la vida. Tu cabello largo acentúa esa impresión.
Hoy te escribo porque después de nuestro primer encuentro virtual recibí una carta tuya y no te había contestado.
Leí tu carta una mañana después de ir al banco Inbursa que está en Paseo de Montejo, ¿lo conoces? Es una casona del siglo XIX que ahora mismo está pintada de color guaya. Acostumbro ir caminando, pero de todas maneras entro por la parte posterior, donde está el estacionamiento, pues de esa manera llego por el jardín que es tan antiguo como la casa. Una vez me tiré unos segundos a disfrutar la frescura del césped en mi espalda… Con la espalda húmeda porque acababan de regar, contemplé el cielo azul de todos los días, y sentí lo inimaginable… que se estaba yendo para siempre, aceleradamente… Eran las 8:30 de la mañana. Me sacudí la ropa y caminé hacia la escalera que conduce a la puerta; el guardia me recibió con el medidor de temperatura y un chisguete del aniquilante de virus. En lo que fue una sala elegantísima con candiles, cortinas de seda francesa, vitrinas, un imponente comedor con doce sillas y un piano, pagué 240 pesos por un trámite a una empleada sonriente con uniforme azul marino y cejas fuertemente delineadas. Los decoradores tuvieron el tacto de crear un ambiente más o menos compatible con la majestuosidad de los muros, los techos y el piso, pues colocaron escritorios de cedro con incrustaciones talladas a mano en lugar de la típica ventanilla de cristal templado antibalas. Los escritorios son diminutos y están bastante aislados entre sí, de modo que nadie se entera de las transacciones de los otros clientes.
Ahí, en esa casona que tanto me gusta, alguna vez estuvo el doctor Eduardo Urzaiz Rodríguez atendiendo a una chica de nombre Rosalía afectada por una pérdida repentina del conocimiento a causa de una crisis nerviosa. El doctor Urzaiz le revisó la presión arterial, el ritmo cardiaco y la temperatura. Su diagnóstico lo llevó a recetar lo siguiente: la chica (en edad casamentera) reaccionaría favorablemente si guardaba estricto reposo durante dos días. Ni siquiera debía levantarse de la cama para mirar el jardín desde la ventana, evitando también que contemplara el cielo y el paso acelerado de las nubes, pues eso le podría provocar otra crisis de ansiedad.
En tu carta tú me hablaste de Eduardo Urzaiz Rodríguez pero no como médico, sino como autor de una novela titulada Eugenia, ¿te acuerdas? Te confieso que dos veces he intentado leerla pero no logro clavarme en la trama. Se me hace que está escrita en una clave sumamente abstracta, falta de sustancia, por decir algo. No me apena ser ignorante de la obra de este hombre extraordinario al que admiro especialmente como inmigrante cubano y, en segundo lugar, como hombre de ciencia, periodista, maestro, médico y demás… Tú sabes que fue el primer rector de la Universidad y también director de la Escuela de Bellas Artes… Y a pesar de todo daba consulta a domicilio…
Quiero decirte, Pedro, que últimamente la historia es, en gran medida, el eje de mi vida; esa época de esplendor cultural en Yucatán me apasiona, y pienso seguir investigando…
A propósito de la lectura de La caja negra de Amos Oz que hemos descifrado –entre todos–, hoy me gustaría compartirte un aspecto que no hemos tocado: el estilo que emplea Amos Oz está basado en el recuento cronológico de sucesos, tal como los expertos conforman una secuencia de hechos al abrir una caja negra con el fin de descubrir el orden de los factores que provocan una desgracia. Llegué a esta conclusión después de nuestra última sesión y, claro, después de haber terminado la novela. Todos los personajes son dados a repetir, repetir y repetir, los asuntos más trascendentes para cada uno conforme el hilo conductor del tiempo… Y nosotros, como lectores, ya sabemos cómo sucedieron las cosas, sin embargo, el autor insiste en hacernos ver la secuencia programática que él empleó para narrar su novela, ¿verdad? ¿Y qué pasa al final? Volvemos a ese recuento con la caligrafía de Ilana, autora de la primera carta y de la penúltima de la serie. Al despedirse de su segundo ex marido me pareció despiadada, ¿y a ti? No paso juicios sobre el carácter de los personajes, sino sobre su rol en la estructura de la novela. Y es más, pensándolo bien, tampoco debí hacer un juicio sobre tu candoroso semblante… ¿podrás perdonarme?
Eugenia