De F. para H.

Mexicali, Baja California, 15 de noviembre, 2020.

Apreciado H.:

Es correcto, una vez cerrada la caja, la guardo en la oscuridad para no tener que recordar más lo que tiene dentro, aunque sí recuerdo que tengo esa caja. Es curioso, nunca había pensado en esa obliteración de la que hablas, pero es verdad, la única causa por la que vuelve a abrirse alguna, es por algún movimiento en las placas tectónicas de la memoria, que, dependiendo de la intensidad, rompen algunas cosas.

Veo la fotografía que me has enviado, hay en ella tantas posibilidades. El acumulamiento asimétrico de las bolsas me sugiere, en mi necesidad clasificatoria, que son ideas, pensamiento o recuerdos que se quieren eliminar de forma inmediata; sea quizá por la insignificancia de las descortesías cotidianas, en clase, con los amigos, que no debieran tener mayor relevancia en el libro de la memoria. Y aquí vienen las mentiras que nos decimos a diario, esas de las que no es permitido hablar, porque entonces el torrente de emociones se desborda por los ojos, o por la boca (no sé qué es peor) y nos convierte, en el cliché que nos define para siempre con un simple acto. Parecer ante los demás amable o bello, en la estética implementada por cada medio difusor, que hoy son tantos en el planeta. Una caja llena de bolsas negras, apiñadas todas, con sueños de lo que no puede ser. Y ante la inevitabilidad de los hechos, mentir.

Bolsa 1, soy hermosa.

Bolsa 2, soy culta.

Bolsa 3, soy delgada, por lo tanto, hermosa.

Bolsa 4, soy prudente.

Bolsa 5, soy tolerante e inclusiva.

Bolsa 6, soy alta y delgada, así que, sin duda, soy hermosa.

Pero esa caja se llena y precisa ser vaciada cada cierto periodo. Y así, cada semana, nos mentimos y les mentimos a otros.

¿Es entonces la mentira parte de la vida?

En la duda de no haber entendido nada, con mi muy sincero reconocimiento y aprecio,

F.