De F. Para M.

Mexicali, B. C., 18 de octubre, 2020.

Querida M.:

Me ha sorprendido mucho escuchar pedazos de mi vida en tu presentación. No siempre el camino en la búsqueda de los anhelos nos lleva en línea recta, las más de las veces, de hecho, nos lleva en una montaña que se antoja imposible cuando somos más jóvenes y, sin duda, nos sube y nos baja de acuerdo con los recursos que vamos teniendo a nuestro alcance o el uso que hacemos de ellos. 

A mis 46 años, he acumulado credenciales suficientes para conocer el estatus que cada una de ellas te da, no siempre el que uno piensa, ni encumbradas, ni vanidosas, sólo necesarias para que se asigne una etiqueta, tan propio de esta época, en que todo y todos deben tener una. Por lo anterior, la búsqueda del amor me ha llevado por otros caminos, en los últimos años, afianzada por amores de la infancia: mi amor por el cine, por leer, por saber cosas que, a simple vista, no parecen tener ninguna utilidad, pero que me han llenado el corazón de alegría. 

Desde muy pequeña, con nueve meses de edad, me llevaron al cine, desde entonces y a medida que fui creciendo, sólo quería entrar ahí cada vez que pasábamos por enfrente. Me ha transportado de tantas maneras, a lugares, a personas, a situaciones. Mi afición fue, y es, tal, que vi mucho cine de la época dorada, cine mudo, en blanco y negro, a colores, grandes y pequeñas producciones, cine experimental, cortometrajes; y siempre me ha parecido que el cinematógrafo es el mejor invento del mundo.

Contar historias es algo que toda la vida me ha impresionado mucho, encontrar la manera de interesar al lector y hacerlo permanecer, aún más, hacerlo participar de la historia, es un talento que no comprendo y me encanta. Creo que debes seguir escribiendo guiones de cine, no escatimes en historias, no prives al mundo de ellas. Me ha llamado mucho la atención lo que mencionas, al respecto de la cotidianidad y de cómo va apagando ciertas voces internas. Me ha pasado.

Mencionaba nuestra compañera Trini que ha tenido la reflexión de “lo que guardamos de los demás y cómo lo reconstruimos en nuestra memoria” y es muy interesante, ya que vamos teniendo una idea del amor que diseñan otros para nosotros. Dicen que es la fuerza más grande de todas. Y es verdad. “Amarlo todo, sin esperar por esto que nos amen” dijo el profesor Roberto Oropeza Martínez en su poema “Yo también hablo de fe” que tuve la oportunidad de declamar a los 17 años. Amar nuestra historia, nuestros tiempos para hacer las cosas, nuestros errores, nuestras virtudes, esas que con tanto temor nos negamos a enumerar porque nos han dicho desde pequeños que se llama “vanidad”, pero no lo es. En realidad, se trata de saber lo que somos y quiénes somos, de aceptarnos para poder evolucionar y encontrar el amor verdadero cada día, en cada acto, en cada persona que nos suma, y en aquellas que no lo hacen poder dejarlas ir sin rencor y sin merma en nuestra alma. Es ese amor que te empuja, sin que lo sepas, a escribir, a contarnos en varios idiomas las historias que nacen de tu interior, a conocer la voz, la percepción particular del mundo y todo aquello que lo habita, otros mundos, otras ideas, mil galaxias que tienes encerradas y quieren salir por ese pequeña cerradura que tienes en la mano.

Nuevamente citaré a nuestra compañera Trini, ya que me ha parecido muy valioso y digno de ser tomado en cuenta, hay que hacer una “reconfiguración y aceptación de lo que somos ahora”; creo que cada día debemos hacerlo, como parte de nuestro ejercicio diario de alimentar el amor propio, la fuerza más grande del mundo.

Te saludo y me felicito por la dicha de coincidir.

Sinceramente,

F.