De F. para R.

Tecate, Baja California, noviembre, 2020.

Para R.

“Las palomas que arrullaban hasta ayer están hoy silenciosas, como aturdidas. El único sonido que atraviesa la lluvia es el ocasional ladrido de los perros”. Mientras leía estas líneas en alguna de las cartas, en Tecate llovía y el agua acariciaba al gran romero permitiéndole que expandiera su aroma y deleitara mi momento…

Estaba leyendo un libro sobre los caballeros templarios, esos guerreros de la Edad Media que sometieron Jerusalén y realizaron jornadas exhaustivas por largos periodos de tiempo en los que luchaban, cabalgaban, acampaban y se emborrachaban, a la par que obtenían botines en sus batallas.

No sé por qué cuando estuve leyendo ese libro no pude imaginarme la sensación de tener puesta la misma ropa durante tanto tiempo, portando el yelmo y las armaduras propias de los combatientes de aquella época; en cierto modo, la higiene no era precisamente una de las costumbres que sobresalía en la cultura medieval y de ahí el gran número de enfermedades propias de esa época.

Los caballeros templarios, en el momento de cobrar el botín, también incluían el tener relaciones con las damiselas judías de aquella época, quienes les imploraban que las hicieran suyas con tal de que no las mataran. Imagino que esta imagen podría ser una fantasía de Ilana que después le platicaría por carta a Michel, no para implorar su perdón, sino como una prueba de su rebeldía, porque ahora ella está felizmente al cuidado de Alec.

Me pregunté cuál sería el motivo de aquellos hombres que se enlistaban para ser parte de este grupo, cuál era el lugar de la iglesia católica que promovía la fuerza y la entereza para realizar estas luchas. Me sorprendió saber que el botín no tenía que ser compartido ni reportado a la iglesia, sino que la orden de los templarios se quedaba íntegramente con todo lo obtenido en estas luchas.

El interés por alcanzar un oficio en el cual el hombre se valga de su habilidad y su fuerza no se ha perdido. En nuestros días, los luchadores y boxeadores reúnen en sus exhibiciones un sinnúmero de personas que bien podrían parecerse a los espectadores de los luchadores en los coliseos romanos. Con palabras, con fuerzas, el hombre tiene la gran necesidad de demostrar su poder. Ya cerca de la muerte, Alec se sabe ganador: Ilana está cerca, ocupada en él; su hijo “lo cuida” a su manera y ahora sólo la hija de Michel escribirá las últimas cartas desde su orfandad y su abandono, porque ahora ella representa la venganza de Michel a la traición de Ilana.

A propósito de las lentejas, cuya receta aún no se ha compartido, recordé el pasaje en el que Esaú vende a Jacob su progenitura precisamente por una sopa de lentejas.

Que tengas un excelente día…

Desde la distancia, 

Flor.