De F. para T.

Mexicali, B.C., 15 de noviembre, 2020.

Mi muy admirada T:

En respuesta a tus interrogantes: sí, he enfermado por guardar silencio. He ardido en llamaradas con un nudo en la garganta para no gritar todo aquello que me ha herido de manera profunda: los miedos, tempranos y tardíos, a la maternidad que todos dicen “gloriosa” (y que tan certeramente detalla Marcela en su carta), el miedo a equivocarse en aquello que no puede corregirse porque impacta la vida de un ser humano, nada menos que un hijo. He oído mi voz quebrarse de la rabia por no ser amada en correspondencia con el amor que doy. Sin embargo, en retrospectiva, he aprendido con los años que cada universo que habita este espacio debe irse ajustando, como una pieza de rompecabezas, en cada lado, para poder coincidir con el mayor número de ellos. 

Yo tampoco he podido llegar a un acercamiento concluyente sobre el amor, más bien, he ido creando un bosquejo de acuerdo con mi experiencia personal que no se ajusta en nada al concepto que me fue vendido en la adolescencia y la juventud. En tus propias palabras “lo que guardo de los demás y cómo lo reconstruyo en mi cabeza”, aprendí que los padres ausentes quizá aman en su ausencia, que las madres presentes “aman en su indiferencia”, que el príncipe azul “ama como puede”, que los amigos “aman lo que ellos creen que eres”. Así, un buen día, como buena contadora (que soy por accidente) me decidí evaluar y clasificar mis activos emocionales, lo que me llevó a la firme creencia de que cada uno debe hacer aquello que considera correcto para su propia realidad, que lo haga feliz y lo mantenga digno y respetuoso consigo mismo y los demás. No suena nada romántico. La contabilidad tampoco lo es. Pero permite que podamos recalibrar constantemente aquello que dejamos entrar para nuestro beneficio, la oscuridad o ausencia que debemos guardar en pequeñas cajas, para que no manchen el caleidoscopio de nuestra vida, para poder, en definitiva, amar lo que somos y, por ello, amar a otros. 

Humberto me cuenta en su carta sobre una caja semanal llena de desechos (eso parece) y me gusta la idea: potencializar esa acumulación de preguntas existenciales sin respuesta que personas como nosotras nos hacemos, a fin de que no llenen otro espacio, para que se acumulen en una caja que cada cierto periodo es vaciada. Todo esto, por supuesto, más allá de la gramática ausencia/presencia que menciona en su carta nuestro querido Humberto; depende de lo que cada mente quiera construir y guardar en la reconstrucción cotidiana de la esencia misma, de esa caja negra que nadie podrá interpretar y, sin duda, no queremos heredar. 

Sí, hay que compartir una tarde haciendo esas famosas lentejas, yo también tengo una receta muy buena que puedo compartir con una botella del buen vino que se hace en Baja California, tan galardonado y delicioso.

Quedo como cada semana, ansiosa de leerlos.

F.