De F. para Z.

Mexicali, B.C., 23 de octubre, 2020.

Querida Z.:

He leído el contenido de la semana, apretando los puños, derramando lágrimas que me han detenido en la lectura y garabateando palabras en mi libreta por cada emoción que ha nacido de las cartas, que no entiendo y que al conocer resultan tan certeras. 

Es incomprensible la conducta humana, y a la vez, tan estereotipada en la búsqueda de su propia destrucción, como amar un ideal que lastima, que ha devorado todo aquello que creímos sagrado y nos hizo crecer en la existencia del amor romántico; que nos lleva a todos a actuar llenos de pasión y en nuestra contra. Mi dolor nace de saber que todos merecemos ser amados, al menos por tres personas en esta vida: los padres y el cónyuge, este último sobre todo porque es el único al que elegimos. Nuestros hijos nos son prestados y no debería haber compromiso tal que los obligue a querernos, debe ser el resultado natural del amor que les hemos dado. 

El dolor de Ilana y su conducta para obtener una reacción de su frío exesposo, el desdén de Alec contra sí mismo por no aceptar cuánto le afecta, y Boaz, el hijo que actúa con toda la rabia del abandono, la ira de la sangre sin nombre y el desprecio por una madre que no supo defenderlo, pues se había abandonado a su propio dolor, sin importar que su hijo hubiera perdido todo de un golpe. Cuando leo sus cartas tan mal escritas, sus faltas de ortografía, su desesperanza autodestructiva y el amor que esconde en cada acto, como para suprimirlo por no merecerlo, por sentir tanta impotencia de saber su familia destruida sin que pueda hacer nada al respecto, lo entiendo, lo siento, me duele.

También pediría dinero para sacarle algo a ese padre que me ha desconocido, para malgastarlo y avergonzarlo, para que sepa cómo me ha destruido al irse y negarme el nombre que por derecho me pertenece.

Ha sido catártico, ya que estamos ante el amor que nos hemos negado a reconocer como tal. La psicología dice que no está bien, que hay que renacer de las cenizas y volvernos puros, sin importar los elementos externos; perdonar siempre desde una fe que sólo habla de cosas buenas (la que sea), de amarlo todo sin esperar nada a cambio. Ilana y Alec, a través de sus constantes reproches, justifican sus acciones en busca de las respuestas que los carcomen cada día y los vuelven más cercanos aun en la distancia, hasta convertirlos en seres estancados, sin respuestas, atrapados ya en ese primer círculo del infierno de Dante. Boaz, intenta encontrar una imagen paterna, pero no puede, sabe que tiene un padre y se niega a ser bueno como una respuesta lógica por haber sido abandonado y por no tener ninguna culpa en todo el asunto con su madre. Él ama con desesperación, con dolor, con rabia, con la angustia de saber que nada de lo que haga podrá hacer que recupere la vida que tenía, en donde un padre lo amaba.

Ya quiero leer lo que sigue, saber cómo concluye esta historia tan devastadora para mí. Porque más allá de los conceptos que se escapan a mi entendimiento, como bien sabes, sé que cada obra es interpretada por el mundo que hay en cada cabeza, por su carga emocional, por su propia historia de vida y los girones que de ella encuentra en cada línea, en cada trazo, en cada nota, en cada paso. Es como el amor, que se define por cada uno, como en el arte.

Cuéntame, Zaida querida, ¿qué te ha parecido a ti? Quizá yo lo leí desde un punto de vista demasiado personal, siento que algo que estaba roto y mal sanado se ha vuelto a romper.

Cariñosamente,

F.