De H. para A.

Evidentemente la intimidad no es la
misma. Pero, de cualquier modo, te
amo con todo mi corazón.

Saint-Exupéry /carta a Didi /París, 1925

Estimada Aurora,

Sigo con los epígrafes del mismo autor, me gusta que te gusten.

Las cosas para mí son la huella, el trazo afectivo que decora el mundo, son… la superficie de la crisálida.

Amélie le dice a Melvin: “Su carta del 13 de febrero me ha consternado hasta límites inimaginables. Reacciono en caliente, lo que quizá no me impida reaccionar en frío más adelante.

Me pide que le perdone. No tengo nada que perdonarle…”

Él le ha mentido pero por alguna razón que no merma la confianza discursiva, el intercambio de acciones. Él es lo que no es, y ese esconder su verdad implica la posibilidad de estar de alguna otra manera. “No tengo nada que perdonar” es la sutileza, el sentido de la verdad transformado por la de cualquier otra ficción que permita restablecer la continuidad afectiva.

Lo que me interesa no es la mentira extrema que resuelve el estado de cosas en lo contrario: te dije que es blanco pero en realidad es negro, te dije que soy gordo pero en realidad soy flaco. Esa obviedad me parece una fórmula simple de transformación del sentido. Hay otra suerte de mentira que me seduce más, en ella, el  sujeto que transforma una supuesta realidad deja el resabio de una nueva práctica que envuelve la acción en una crisálida de ambigüedad. Ahí no desaparece la mentira, sino que se vuelve el ingrediente de un segundo paso que modifica los hechos sin romperlos.

Lo que llamo crisálida configura un universo paralelo que permite olvidar la contrariedad que produce el acto negativo y abre el camino a la nueva organización de actividades integradoras. Puede ser melancólica, un trazo de pérdida que sustenta la lástima; puede ser una sublime honestidad que muestra un valor recobrado; puede ser el descubrimiento de una escondida causa que desdobla un proceder en lo contrario. Las sutilezas pueden ser exquisitas en la desviación del acto de mentir enfocado a una nueva acción encubierta.

Este… sí, exquisito mundo, permite convivir frente al enemigo haciendo que lo  que no es ni se parece (esa suerte de indiferencia) ahora aparezca un poco, o que lo que no es pero parece pueda llegar a ser algo más (el azaroso descubrimiento de las cosas).

Sin duda, la verdad ha de responder a la ley, a la norma que reconoce el acto, a la substancia comprendida desde un pensamiento que se involucra con la creencia de realidad. Mentir es desviar la ley que nos permite ver lo que debemos ver.

Vuelvo a decir que esa sutileza es la que me gusta. Ahí se encierra una ruta de flujos que vuelven (de alguna manera) cierto el universo de imposibilidades que nunca podríamos aceptar.

Hay quienes confiesan que han vivido de mentiras porque si hubieran seguido las expectativas de verdad, repetirían aún el incompleto (pero ya programado) diagrama de sí mismos.

Sin embargo, luego decimos que nos mentimos a nosotros mismos, que estamos enamorados de lo que no nos interesa, que buscamos en el lugar equívoco, reconocido como imposible desde antes de la búsqueda; que veíamos las estrellas y ahí encontrábamos la mirada de la persona amada. Que sabemos lo que no sabemos y… el problema no  es que nos crean… hay de los que hacen perfectas crisálidas… más bien, es que somos más honestos mientras más truncamos los sentidos de la verdad.

Tengo un amigo contador que siempre me dice que mañana estará todo en orden, y pareciera que lo necesito para comprender que mi desorden se puede extender sobre todas las cosas. R. me dice que me veo fuerte, me lo dice cuando estoy débil; que me ve  joven cuando me siento viejo. Ella miente y sus mentiras entran en la famosa crisálida que llena de igualdad el universo roto.

Lo del amor y el poder también puede entenderse sin la crisálida, pero entonces, la dulce violencia cotidiana destruye nuestros rostros, nuestras formas mínimas de creer en la imagen del espejo.

Pronto, muy pronto, entraré a la CDMX y sé que ahí encontraré a varios seres queridos, a mis antiguos amores envueltos en todo el polvo y los objetos de mi departamento… mi bella ciudad. Asistiré a los múltiples eventos dignos de las clases medias mejoradas… yo sé que todo eso que pasará en la substancia viscosa que forma la crisálida… todo eso cubre algo encerrado en un lejano orificio… ése en el que, sin duda, palpita el origen de mi miedo.

La intimidad no es la misma… ¿acaso miento?

H.