De H. para A.

Querida A.

Cuentas en tu carta enviada a Y.: “mamá me enseñó a preparar varias cosas usando el método del tanteo, es decir, nunca uso medidas para sazonar lo que preparo. Pongo cantidades pequeñas y voy añadiendo lo que sea necesario hasta lograr la textura o el sabor que deseo.” Traigo ese pensamiento a la reflexión del poder y descubro que mi aproximación podría funcionar en sentido contrario.

Aquí aparecen grandes cantidades de usos y abusos de poder que luego se naturalizan hasta volverse propios y luego (para los interesados) van destilando flujos para ser distinguidos en sus mínimas proporciones.

Sin duda, en el encierro de esta pandemia, ver la tele (que es un divertimento peligroso y adictivo) nos muestra un sinfín de posibilidades que empiezan con el recurso matinal que día por día despliega una forma distinta y la misma, de marcar (y el polvo que deja) con la pata del gallo, también aparece la gran paleta de anuncios comerciales que en trote constante refuerzan el afán del nuevo consumidor “positivo” (diría Byung-Chul Han) en la cultura mediática, luego vienen las noticias con la ruta despampanante de las guerras intestinas entre miembros de una sociedad cada vez más dividida en la protesta de una y muchas injusticias y también en el recelo de sus cotos de poder.

En algún artículo ya proponía un paisaje de actividad: “se observa el espíritu de una batalla campal entre grupos diversos que manejan las prácticas justicieras desde diferentes bandos: policías contra criminales, civiles contra policías, criminales contra policías, criminales contra criminales, civiles contra criminales, policías contra policías y civiles contra civiles; hombres contra mujeres, mujeres contra hombres, hombres contra hombres, mujeres contra mujeres, adultos contra niños(as) ; desempleados contra la guardia, la guardia contra policías; civiles contra médicos, médicos contra civiles, policías contra médicos; sicarios contra policías, policías contra sicarios, civiles entre sicarios y policías entre sicarios”.

No puedo descontar las series de acción donde los asesinatos y los muertos son también un diseño alegórico. Recomiendo detenerse en el canal Discovery ID, el cual presenta suculentos casos de asesinatos en E.U.A contados bajo una diégesis documental melancólica ochentera, mmm…

En fin, apago la tele y escucho los chorros de agua que bajan de un segmento de mi techo que tiene los desagües tapados a la mitad del huracán Zeta (un poder natural). Ni qué decir que el ramaje del árbol del vecino cubre la mitad de mi techo y deja caer cientos de pequeñas y duras frutillas que tapan cualquier bajada de agua. Sin duda esto es un poder menor, con una ductilidad hogareña.

Cada cierto tiempo le pido a este buen vecino que nos cooperemos para la poda del árbol (que es suyo) y me contesta que no es su problema, que dicho árbol es parte de la naturaleza y que ésa no es de nadie. ¡Bendito sea Dios! Ahora trato de explicar (en frente de su sedán Buick ubicado en la cochera doble de su muy respetable casa) que tendríamos que participar todos los implicados en el problema, pero… en ese momento interviene con gracia señorial su mujer comentando que, con esto de la crisis económica de la pandemia, no hay dinero y que de haberlo preferiría gastarlo en comprar lo básico, un “pan francés”. Nótese el detalle. Por supuesto que yo pregunto: ¿francés? Y ella responde con un gesto de generosa compasión insinuando -bueno, no sabe de qué hablo. 

Para esto tengo varias posibles interpretaciones:

a) que bolillo o tortilla tienen un sonido menos poderoso.

b) que es una forma regional de llamar a la barra de pan blanco.

c) que de forma denostativa me hace ver que soy un “huach”.

Es ahí cuando le doy las gracias.

Esto último es un buen ejemplo de cómo terminar con una cantidad pequeña, algo exquisito, un trazo, al hablar de los extensos quehaceres de preparar un plato en esta pródiga degustación del ejercicio del poder.

H.