A:
Ayer me quedé con la idea de que hay muchas cosas que platicas en las que, sobre todo, me llama la atención cómo las dices. Hablas con una voluntad que rebasa el límite de la piel, como si un humor sanguíneo se expandiera en la construcción de mundos posibles, no importa cuáles: podría ser encontrar la ciudad esmeralda (Frank Baun, 1939) o descubrir que el morbo posesivo del amor (Adrian Lyne, 1987) no es un acto derivado de una acción, una suerte de degeneración (Peirce, 1903), sino una potencia (Pierre Levy, 1995).
Cuando le comentas a Malec que un día te enamoraste, que el tiempo se detenía y veías a la persona en cámara lenta, detecto la estrategia que embate sobre la institución temporal permitiendo que se comprima o desdoble la percepción. Siguiendo esta ronroneante idea creo que es muy difícil que amen los que hacen lo que deben hacer. El desorden del alma es un instinto iluminador y no una enfermedad. Amos Oz sin duda propone personajes que se contradicen acercándose y alejándose, afirmando y negando, ofreciendo y retirando. A mi parecer, los actos en sí no están mal, desean y odian a ratitos como todos, un poco exagerados pero como todos. Lo que me interesa es que toda contradicción encierra la firma de una estrategia que se revela contra el pavoroso mundo de la normalidad.
La institución (de la que también Raquel habla) está llena de esperanzas a vencer… y todo esto con el fin de llegar al lugar esperado que siempre se desvanece en la proximidad. La institución es el yo-yo del poder que sube y baja abriendo la posibilidad de conquistar los picos de los elevados montes o conocer las mayores profundidades de los negros mares; de cima a sima, los viajeros vamos flotando esperanzados con la construcción de una eficiente vida. ¡Oh girls and boys scouts!
Hablando con S.S. dices que detestas la burocracia, y ahí nombras a las “Licenciadas” y a las “Maestras”: la “institución académica” que ostenta el poder del conocimiento. No estaría mal también detestar a todos aquellos que tienen el poder de no tenerlo (hablo del conocimiento); porque no tener, estar en la falta, también es otra forma de poder que carcome la transformación y el cambio. Por otra parte, el no reconocimiento del saber sin títulos y la triunfante posibilidad de titularse sin saberes, es una buena alegoría para insinuar las articulaciones de algunos de los esqueletos del poder académico contemporáneo.
En esa carta nos narras el tiempo en que recorriste la línea uno del metrobús para despedirte, en tu interior, de una persona que amaste… me encantan tus duelos en acción. Bioy Casares (1940) o Robbe-Grillet (1951) proponen lo contrario: la repetición como una invocación. Tu propuesta para mí es una novedad, una suerte de exorcismo citadino cotidiano.
Los melancólicos en realidad no sabríamos qué hacer con eso que borra el “más muerto” y pone el “menos muerto” (Leader, 2008) en el lugar del inconsciente… eso habla de dejar, de no sufrir, de permitir que el sonido de cristales rotos se disuelva en el agua turbia que rodea los bordes del mar en los ojos de Stephan Dedalus (Joyce, 1922), que a su vez se vuelven en las cartas de Oz (1939, 1986) los ojos del mar, los ojos de la mujer, los ojos de Ilana, los ojos de la madre que cubre el universo con el manto de su impredecible compasión.<x/p>
H.
14 de octubre, 2020