De H. para D.

Le naremub

D.:

Luego despierto, me siento en la cama, a lo lejos un espejo muestra un medio cuerpo y el rostro de alguien que sin duda soy yo. Ahora recuerdo haber leído la carta… una astilla de tu plato se esconde a medias bajo la curva de la mecedora, el cristal punzante, indicial, apunta hacia mi pie; la delgada esquirla de vidrio brilla y resplandece sin moverse, punctum solitario qué rasgó la lejana madrugada con el odioso estallido. El pie sube desnudo con las venas resaltadas en el empeine, y más aún, en el tobillo con las líneas dibujadas en tintes azules y delgados hilos rojinegros. El color de la sangre que brilla sobre la afilada punta parece combinar con el tejido, ruta subcutánea de irrigación. La mañana pulsa sobre el cuerpo desnudo que inicia el movimiento con invisible dolor. Este tiempo corpóreo, disparatado, nunca llega a saciarse; sólo lo hará hasta el último día.

Muevo el cuerpo que recuerda otro cuerpo y deja caer la manta que juega entre las patas, tu mirada invisible en el pasado, se acerca, se introduce en otra piel, olfatea, me mira con la tristeza de los recuerdos que no son propios; acaricio su cuello y vuelves a preguntarte si eso es amor, qué grado o tipo de amor es ese y si en alguna parte de ellos perteneces. Caminas detrás de tus pasos y esperas, tocas el calcetín, lo golpeas, lo metes a la boca, pero es inútil, aún te ve.<x/p>

Ahora tu pie es una pierna que da el paso dejando que roce el dedo. Justo en el borde resplandece la astilla que inicia el regreso de la madrugada que escribe mientras duermo. Sueño despierto: escalo el día, la noche, aún el día y de nuevo la madrugada para llegar ahí, como una flecha de vidrio que se inserta en el plato, la pieza que falta para aún separarse del muro y regresar por los aires, girando, desmintiendo la memoria, borrando con múltiples gomas… gomas…<x/p>

Wallas era un personaje de Las gomas (Robbe-Grillet, 1951) que recorría las calles (cerca de los muelles) de un pequeño pueblo costero de Francia. Él buscaba gomas para recomponer (tal vez borrar) el futuro, persiguiendo los hechos pasados. Era un inspector enviado a resolver un caso, un extraño asesinato en el que él (sin darse cuenta) al final de cuentas sería el asesino.

El mismo Wallas en cada tienda preguntaba por una extraña goma que alguien (en otra época) le había mostrado y ahora parecía imposible de encontrar. Le enseñaban las que tenían y sentía vergüenza de decir que no era ésa o aquélla… alguna siempre compraba, la guardaba en la bolsa del saco y seguía preguntando en cada lugar, otra y otra vez, por la preciada goma. El tendero de un gran almacén de saldos le dijo que la recordaba con precisión pero no sabía cómo encontrarla en aquel sinfín de cosas. ¿Cómo borrar los trazos que el sueño devuelve un momento antes o un momento después? El pie casi recuerda el roce cubierto de sangre, la esquirla que lentamente regresó en el giro de memorias que cruzaron el tiempo. ¿Si encontrara la goma y borrara las líneas que estorban? ¿Si supiera entender las heridas de esa piel que se esconde entre cubetas que arañan las esquinas de tus ojos?<x/p>

Todo se confunde en la ruta de un poder que descubre la imperiosa mañana de mi dedo rozando la astilla que regresa y… algo sobra, necesito la goma que remplaza el camino, que adelanta o regresa hasta el plato que choca en el amor de un verdugo… sí, el verdugo y el poder de un amor que en las venas del empeine descubre el destino que falta o que sobra.<x/p>

Las cartas que Ilana envía hablan del pasado, pero las astillas que lanza, sin duda son para el futuro.

P. d. Las gomas, escrito el año que nací, algún poder tendrá sobre mí.

H.

24 de octubre, 2020