De H. para J.

“cada vez creo más en la necesidad de las
«contraintes». He apreciado especialmente la
textura de las rimas y la resistencia que el
lenguaje opone al torbellino del inconsciente.” 

Calvino/Correspondencia con Zanzotto/1976 

Y aquí estamos, Jesús, 

Yo soy de los que se propone para halar. 

Primero me pregunto siguiendo tus palabras, ¿qué es lo que debo sujetar y a veces jalar? Yo, por mi parte, buscaría encontrar esa idea de entretejer el afecto que se tiene con el otro, aunque no estoy muy seguro de si es con el otro o con lo otro. Para entender el problema, preferiría hablar de las cosas más que de las personas. Es en ellas donde realmente nos reflejamos con las marcas fantasmales que nos hacen ver lo otro como si fuera cierto. Vaya poder el de las cosas que aparecen como reales limitando el espacio que nos rodea. 

Quiero regresar a uno de los primeros objetos que conocí en mi vida, mi cuna. Tal vez tú recuerdes esta historia, te la pude haber contado alguna vez, pero me sirve como un buen ejemplo para hablar del poder. (También me interesa ejemplificar los disparadores matéricos que me han permitido producir proyectos).

Regreso a los ochenta… mi padre había muerto. 

(Traigo segmentos del texto escrito en esa época) 

“Recorríamos los cuartos de trebejos, los cuartos de atrás, los construidos después para guardar lo de antes; reciclábamos el recuerdo como una novedad. La casa iba a ser reintegrada a la vida. Había libros, muebles, bolsas, ropa… una miscelánea de pulsaciones pretéritas: era tanto el olvido que no sabíamos dónde poner los recuerdos.

Ahí estaba mi cuna decorada con calcomanías de osos y conejos. Una estructura simple de barandales delgados, un extremo ondulado a manera de cabecera, cerrada la base por un tambor de nudos metálicos removible. 

Casi al fondo encontré (entre muchas cosas) una caja cuadrada de cartón gris con tres rollos (vírgenes) de película fotográfica Súper XX con indicaciones de vencimiento en marzo de 1952 (cuando yo tenía un año), cada uno en un estuche metálico que protegía de las inclemencias del tiempo y con una sugerente inscripción: Paquete tropical. A mi ver, algo había quedado pendiente en esas fotografías no tomadas. Ahí, guardadas en mi antiguo lugar, demandaban la reconstrucción de una época. Esperaban que yo volviese para poner las imágenes correspondientes a mi pasado

El tema era fácil, la cuna era el paisaje represivo de un poder, era mi cárcel pero, mal o bien, era también el ambiente de mis primeros placeres. Si quisiera utilizarla para regresar mi presencia tendría que hacer una suerte de autorretrato de lo que ya no es pero que fue o de lo que sigue siendo (en el nivel añorante sexual, visceral, lúdico) pero que no recuerdo.” 

La cuna era un límite externo, un poder asignado. Estoy seguro de que ahí oriné como protesta, como marcaje de territorio, como necesidad corporal. 

Y bien, hice múltiples pruebas con los dos primeros rollos para poder ubicar alguna sensibilidad en la película y sí, era muy lenta pero respondía. Ahora tenía que encontrar un modelo que más o menos tuviera mi misma complexión corporal, desnudarlo y pedirle que orinara durante largos periodos mientras que yo hacía las tomas (20 segundos) en contra picada (litros y litros de cerveza). En cada imagen, yo aumentaba un objeto que había retenido en mi vida sumando sombreros, bufandas, paraguas, conchas de mar, vasijas, etc…. y así, paso a paso desaparecía la imagen del cuerpo. Lo importante era que en cada toma estuviera encerrado un hombre desnudo en posición fetal y que fuera posible observar (entre los objetos que iban cubriendo su cuerpo) la línea que unía y desunía los juegos del poder: el hilo dorado del trópico.

Sólo existen ocho tomas, oscuras, con débil contraste, en ocasiones un poco movidas; rimadas, iguales y distintas, como una posible forma de halar desde los objetos, los reflejos de algo inconsciente que sonríe en la memoria

H.