De H. para Ó.

13 de mayo 

para aquello que encuentra lugar en un 
solo individuo, el mundo exterior es demasiado 
pequeño, demasiado unívoco, demasiado veraz.
Franz Kafka / Cartas a Felice / noviembre, 1919.

Óscar:

Leer su carta me ha parecido en principio una forma clara de entender los diferentes niveles del discurso: sin duda ese tema monótono, tedioso y latoso (el amor) tiene su contraparte, un algo que se comprende al final del texto en un acontecimiento íntimo inexplicable. En principio estoy plenamente de acuerdo; el estereotipo amoroso, más que definir, deforma las posibles maneras de nombrar la experiencia.

A’ida le comentaba a Xavier que “la totalidad de la naturaleza es un filtro narrativo para la inteligencia que ha pasado a través suyo”. Por supuesto uno puede cambiar el filtro en función de las expectativas de interpretación que uno quiera tener (eso lo digo yo pero sin duda A’ida y Berger también estarían de acuerdo).

Pero algo queda en mí dando vueltas. Me aparece la idea de poner en duda la obviedad de un planteamiento. ¿Es que acaso hay algún momento en que lleguemos a percibir sin filtros el espacio de algo real? ¿O será que cuando entramos en el misterio vivencial hay un nuevo filtro más interno y sombrío o más externo y trasparente?

¿Será que el buen amor es el que no se entiende? o ¿es qué una esencia amorosa, una rebaba en el ensamblaje, se deja casi-ver entre los planos de lo cotidiano? 

Yo tiendo más a creer que es un problema dimensional donde las fórmulas originarias de comprensión adrede apartan espacios vacíos para desplazar el deseo. Como si a la mitad del Sahara se apartara un lugar para poner un caballo o en la noche oscura y silente se dejara un centímetro de piel para recibir el sudor ajeno.

Es una fórmula de espacios vacíos y su llenado. Hace poco, en uno de mis cuadernos de segundo de primaria, encontré una página con un texto repetido cada dos renglones y luego tachado, cruzado con crayón rojo. Puedo pensar que correspondía a la clase de lengua o de aritmética.

La frase era “dos y dios son cuatro”. Entiendo que lo repetí muchas veces y estaba convencido de lo que escribía, pero ¿qué comprendía yo en ese momento? Sin duda el primer elemento, el dos, estaba dado en la propia sentencia sumatoria; el segundo, Dios, me podía parecer un elemento diferencial extenso más interesante que simplemente repetir un número; el último, el que cerraba la suma reuniendo los cuatro… ése, creo entender que era yo. El único sin la duplicidad numérica, ni la continuidad divina. 

En esa plana escolar, una tarea hecha con torpeza infantil, quedaban espacios vacíos que tal vez podrían ser llenados en una edad madura o más que eso, avanzada. Era increíble que en mi niñez tal vez percibiera en un flechazo equívoco, algo que hasta ahora, a momentos, entiendo. 

El primer “dos” es una fórmula binaria donde siempre, por tradición, quiero pensar (ninguna comprobación) que participo; con “Dios” ni negación ni aplauso, una suerte de amor pero también (usando su expresión) de tedio. En cuanto al cuarto elemento, el “espacio no nombrado”, el que he dicho que creo que soy yo… ese, he de indicar que nunca lo alcanzo…. es el espacio vacío, en el que todo me pertenece pero nunca lo sé; el loco del tarot, el cero que en la suma con cualquier carta siempre dará el número ajeno. 

Ahí veo el misterio del que habla. Hay quienes le llaman fantasma, inconsciente, punctum, cualisigno y, si alguien (en algún flujo místico) quisiera, podría ser amor.

H.C.