De H. para P.

En fin, ahora trato de curarme como alguien
que hubiera querido suicidarse y al encontrar el agua demasiado fría, 
trata de alcanzar la orilla .
Van Gogh / Cartas a Theo / 1889

Estimada Pamela, Preparo la cena y veo cómo la superficie del (tu) pan cede ante la sierra del cuchillo.

Para no olvidar la conexión entre los temas, ahora (arbitrariamente) llamaré poder a todo aquello que rebase la justa contención de un cuerpo (¿será mentira?), ¿por qué lo digo?

Imagino que el límite que contiene y delimita mi cuerpo es la piel y el de mi mente son las representaciones de mi pensamiento y… no me siento poderoso al tocar o al pensar. ¿Será cierto? Entiendo bien que el poder es un ejercicio entramado en múltiples dispositivos que en infinidad de momentos lo vuelven invisible, que todos lo ejercitamos desde la propia naturalización de nuestros actos y, sin embargo, necesito sentencias que obliteren mi forma de proceder en el mundo.

Cuando segmento un pan, no se ha rebasado la justa contención sino que, ésta se ha perdido, digamos que ya no es lo que era. Cuando un rostro sonríe no rebasa nada, sólo muestra el justo borde de su agrado. Cuando una parte del cuerpo o una voluntad mental modifican la conducta de otro, entonces puedo pensar que he rebasado la justa contención y comienzo a alucinar los límites. Esto puede suceder sobre los otros o lo pueden hacer sobre mí, sea física o mentalmente.

Ejemplo: cuando acaricio una piel viva (puede dar la de Valentina), siempre temo estar rebasando la justa contención de mi cuerpo, y con eso que me contiene, parecería que no me contengo. Cuando deseo a alguien no tengo problema; desear está en el justo límite de lo que soy. Cuando siento que amo, el límite sigue estando en lo que podría llamar una acción propia, pero si ese amor demanda la absorción de la otredad para completarse, entonces he perdido la justa contención y empieza la aventura de los manejos y los dominios.

¿A dónde se dirigen estos pensamientos deshilvanados? A imaginar cuatro personajes que a mi parecer rebasan la justa contención del cuerpo creando una suerte de mentira: Alex e Ilana en el secreto e íntimo conflicto de la desaparición, y Melvin y Amélie en el juego de la ficticia aparición extrema.

Alex, para el fin de nuestra segunda novela, se encuentra en un momento en que el cuerpo y sus justos límites se degradan. Ahí se vuelve descaradamente obvia la distancia entre la vida y el poder intelectual y económico acumulados. Ese insoportable desplazamiento luce claro, lejano de la materia que ya ha iniciado su corrupción. Él comprende que podría abandonar los instrumentos del poder para volver a sentir con el justo límite. Eso de que queda tan poco y siente tan mal podría ser compensado en un intercambio de atenciones y caricias. La ruta es estratégica y tenebrosa… habría que mentir un poco. Abrir la caja de los juguetes, mostrar y regalar los trazos del pasado, depositar en cada frase la voluntad que no demanda y dejar que el cuerpo se funda con la naturaleza que regresa pródiga en las manos de la descendencia.

Ilana es la única que conserva la propiedad de su falta (la de Alex), la única que conoce el territorio que miente y separa el ego (el del pensamiento) de las propiedades de la noche en que la piel rebasaba el justo límite de la contención. Ella puede engendrar la memoria de una vida en el insoportable deterioro del cuerpo. La falta corre como el agua sobre la tierra mintiendo, fertilizando otro recuerdo (por supuesto que no es el mismo) que parece un reflejo. 

En nuestra última novela, Melvin propone rebasar el justo límite desde el cuerpo imaginario que conmueve y seduce en su morbidez, y sigue las huellas seductoras de una mujer que presume un pensamiento voyeur ilustrado pero (mejor sería decir “y también”) frívolo. Él ofrece una mentira engarzada en una marginalidad militar para, en su descubrimiento, cambiar la exuberancia por la honestidad.

Amélie inventa la mentira de su justo límite en Melvin, así puede dirigirse al lector con el trazo de una verdad repitiendo el juego de su personaje; ahora cambia la ficción por la intimidad: dentro de la confusa frivolidad parecería que busca obsesivamente una salida de emergencia existencial… sin duda miente.

Un porcentaje de tu pan tibio, dos sardinas y un tomate han desaparecido. 

Verano de 1886

H.