R.
Ya estamos en la última recta del laboratorio y ahora puedo alegremente decir que, a mi parecer, tus textos se extienden en un sentido parecido al contrario pero… no exactamente, más bien parten de algún otro extremo. He gozado mucho la creación de tus personajes que de manera alterna corren paralelos a la trama de una novela, o de tu punzante enfado con algún autor. Creo que tus cartas implican un gran trabajo de contextualización y un especial ingenio para entretejer formas veraces dentro de la propia ficción.
En este laboratorio dejé al final “el mentir” porque es el trabajo más difícil de realizar; mentir con honestidad es sin duda un poco difícil. No quiero hacer las distinciones entre la verdad y la mentira que de alguna manera siempre nos llevan a un pozo sin fondo. La relatividad interpretativa produce tantas verdades como interpretantes pueda haber. Por otra parte, desarrollar una ficción es una práctica común literaria que de ninguna manera es poca cosa, pero, así suelta, como ficción, no es completamente el tema de nuestro laboratorio.
En algún momento yo propuse que escribieran cartas que hablaran de algo propio con el fin de mantener la intimidad que presuponía el antiguo uso de las cartas y que ese universo se integrara en un marco de ficción que nos diera libertad imaginativa y nos deslindara de lo que podría ser un proceso comprometedor (sea en los hechos o en los recuerdos).
Del amor pues, es fácil hablar; del poder, sin duda estamos rodeados de una multiplicidad de prácticas que se pueden identificar. De la mentira insisto en regresar al problema de la honestidad. Para mentir (como bien lo indicas, es necesario algo verosímil) hay que suponer la verdad (aunque no sea cierta) y luego desviarla con un giro que presume una práctica honesta. Es necesario pensar que se miente con la solvente voluntad que justifica la práctica. Están muy cercanas la ficción de la mentira, la primera es un discurso que se extiende sobre el parámetro de la irrealidad y la segunda, al efectuarse, da validez a la verdad que niega.
Por eso la mentira es seductora, es como un juego a dos o más bandas donde llegar al final del recorrido implica descubrir la sensibilidad que produce el hecho falseado. Cuando un personaje dice “te quiero pero debo dejarte” o “te dejo porque te quiero”, ambas afirmaciones pueden ser verdad, sin embargo insinúan una posible mentira, sobre todo porque se desarrollan en referencia a una segunda persona que reconoce una historia anterior. Pero si dijéramos “alguien se enamoraba pensando que ya nunca se iría” supondríamos que ésta es una reflexión que no necesita tener un sustento referencial. Hasta que suceda es pura ficción.
Escribir mentiras siempre me cuesta más que narrar verdades. Claro, como creo que en general no hay nada verdadero sin duda miento… En particular, en una práctica concreta, pienso que lo que digo es cierto. Como se puede ver, esta confusión produce la posibilidad de una buena mentira.
Tus personajes (de la segunda parte del laboratorio) se desprenden de una ficción que hemos naturalizado como realidad (la novela misma) y es sobre ella que tú propones nuevos sucesos y personajes que confirman las conductas que consideras características de un determinado grupo cultural. Atrás de tus personajes está la historia que propone Amos Oz, y más atrás lo que tú crees que es un comportamiento representativo. Es un juego a tres bandas con diferentes niveles de creencia. Las semanas anteriores, el grupo había leído la novela y por supuesto que sabían por dónde ibas. A mi gusto, todo me va muy bien porque, por lo menos yo, le creo a esos nuevos seres que has propuesto.
Creo también que tu trabajo es una propuesta novedosa (en la forma de participación) y que, asombrosamente, se logra el cometido del último texto desde el segundo. En fin, tal vez esa es mi ficción.
H.