De H. para Y.

(también para M. y todos aquellos que se quieran lanzar a la alberca)


Querida Y.:

Del poder de una sopa de lentejas.

En alguna carta anterior tú haces una pregunta que me incita a participar (como el protagonista de Blow-up peleando por la guitarra) en un juego del que se desconoce el origen… Si la contesto, tal vez tendré la receta.

Así lo dices: 

¿Habrá algo que pueda suplir, equiparar, reemplazar el encuentro entre dos o más cuerpos?

Estoy en frente de un reloj Hamilton 1953, dorado, más bien de oro. Me lo he quitado de la muñeca para observarlo con detenimiento y poderte describir cómo luce, cómo pienso que es. Sí, sí, es redondo con un delgado marco que rodea la carátula; pienso que ésta antes tuvo un color plata mate pero que el tiempo y su pátina la fue impregnando de un velo gris, tal vez con discretos destellos dorados que sin duda se entretejen con los indicadores redondos; gotas geométricas que caen sobre las líneas negras separando discretamente el cuadrante. Las manecillas también doradas van de anchas a delgadas como fleechas dirigidas hacia los bordes. Los brazos exteriores toman la correa negra con un distinguido desplazamiento Dèco, dos delgadas franjas por cada uno.

Una pequeña manecilla marca los segundos en la parte central inferior de la misma gran superficie gris. El nombre Hamilton está escrito en la parte superior con letras negras, cursivas, delgadas y la estilizada H, símbolo de la marca, está sobre el nombre. El reloj es lo más elegante que podría haber imaginado mi infancia y ahora, con mi mente envejecida sigo sintiendo su elegancia, no sé si como un recuerdo o como una presencia.

Aún no he dicho una de sus características más importantes: en toda la carátula sólo aparecen dos números que indican el eje temporal: 12. En el centro superior está la llave numérica que abre en mi mente la sinfonía del tiempo… Es tan discreto que no podría ni siquiera decir que presume su presencia. La llave está en la carátula, pero el universo que se abre es un laberinto que recorre mi memoria y recuerda por segmentos, por destellos; recuerda lo qué pasó y lo que nunca fue como un solo paisaje inalcanzable. ¡Caray! parece que todo lo que creo sólo se puede ejercitar en presente y poco llega aquí de lo vivido. No, no lo digo claro, puede llegar mucho, pero muy poco aparece en cada momento de recordar.

Sin duda hay tácticas para recorrer el laberinto, por ejemplo: pensar en una noche de la infancia, la que venga de golpe; aquella en la que una lámpara de escenas de nieve daba vuelta en el buró de mi infantil recámara… sí, todo regresa, la colcha de colores y mis manos regordetas casi tocando la nariz. Otra posibilidad sería volver a los preámbulos de la pérdida, cuando mi padre me regaló un Hamilton 1970 poco antes de morir y yo en el enojo de su muerte lo perdí, se lo di a alguien que no quise recordar.

Ya estamos en los juegos del tiempo: el H 57 fue hecho trece años antes que el H70. El más antiguo lo busqué para solucionar el desfalco emocional de mi torpeza, para llenar con regalos la culpa que nunca se acaba. El otro está perdido y es el centro que mueve mi universo temporal. Es el tiempo de mi padre que yo desaparecí de la misma manera que él desapareció su vida

El Hamilton 57 abre la puerta que me lleva al H70 que me reúne con mi padre en el 89 cuando leo un texto que he escrito, junto a su cama y su delgado y enfermo cuerpo que recibe mi voz como un tacto que recorre el recuerdo del niño, el joven y el hombre que fui hasta tocar su cuerpo con la voz que ahora se quiebra, se equivoca, se detiene y piensa que no puede escribir… y mira que ahora lo pienso.

Él siempre me decía que me echara a escribir como lanzarme a una alberca y ahora (entonces) me siento nadando por el cuerpo (su cuerpo) que escuchaba mi temerosa voz.

Colecciono Hamiltons que por suerte he encontrado en diferentes tiendas de antigüedades, los colecciono como lentejas para una gran sopa, algo como una pasta, como un ungüento que remplace el encuentro de dos cuerpos que miraron el mismo mar y no viven el mismo tiempo.

Todo esto te lo cuento porque quisiera tener lo que no muestras (como mis relojes que esconden el tiempo). Te lo cuento porque quisiera preparar tu sopa de lentejas.

H.