Mayo 2021
Querido Luis,
Te escribo porque estos días he pensado constantemente en aquello que mencionaste en tu primera carta: una de esas situaciones en que la otra persona tiene tu mapa completo y abierto, sabe cómo recorrerte, pero no lo hace, o lo hace con una lógica desconsoladora.
Me siento atravesado por tu frase por dos motivos. El primero tiene que ver con lo visto en este seminario. La novela, como ya lo sabes, termina con un mapa o plano simplificado que nos sugiere una intención de escape concreta. No se nos aclara si ese escape se llevó a cabo o no, ni creo que sea importante. El dibujo, sin embargo, es por demás esperanzador, o así lo siento yo. Veo en él una voluntad concreta por salir de aquella prisión: una materialización, una praxis que conjuga afecto y resistencia. Ese pequeño mapa lleva consigo el deseo de encontrarse con el otro, la determinación de acabar con el desconsuelo de la separación. En ese sentido, es una situación contraria a la que mencionas tú. Una situación que, aunque no sepamos cómo se desenvuelve, imagino sería común leerla con una cierta ilusión: queremos que el encuentro suceda.
El segundo motivo es personal y menos esperanzador que el mapa al final de la novela. Al igual que tú, siento que mi mapa está en este momento en unas manos que saben perfectamente cómo recorrerlo y que activamente deciden no hacerlo, o (me parece aún más dolorosa tu segunda propuesta) lo hacen con una lógica desconsoladora. En esta imagen, la otra persona sabe perfectamente cómo ir a mi encuentro: qué pasillo tomar, qué barda saltar, qué puerta abrir; y decide, un día a la vez, abrir menos puertas, recorrer menos distancia, procurar la inmovilidad. Su mapa, por otra parte, que alguna vez me confió, parece ahora obsoleto: ya no logro encontrarla donde antes me dijo que estaría. Nuestras cartas son cada vez más cortas, y al final de ellas, donde siempre había un plan para escapar y encontrarnos, ahora me imagino más bien la nota de un editor futuro que la marcará como no enviada: lo que no nos decimos empieza a ser mayor que lo que nos decimos.
La novela, por este motivo, fue en varios momentos desgarradora. Al terminarla, me sentí como aquel día en que Xavier narra su día en reversa, empezando por el último evento. La novela en la que yo me proyecto estos días empieza, imitando esa narración invertida, con el mapa y la voluntad del encuentro, y termina con un narrador que nos dice que esto sucedió, y no sabemos el paradero de ninguno de los personajes: dondequiera que estén hoy, vivos o muertos, que Dios cuide de sus sombras.
Te cuento esto porque necesito deshacerme de ello.
En la sesión anterior mencioné que a mí esta novela no me parecía tanto sobre amor, sino sobre cómo soportar la opresión, política o no, por medio de los afectos. He pensado en eso, y en por qué me pareció así: ahora siento que simplemente me resultaba demasiado desconsolador leer una novela sobre amor cuando me encuentro pasando por algo que se siente como un proceso contrario, en reversa. Lo que uno quiere leer en estas situaciones es aquello que provea esperanza. Y entonces eso leí yo: un libro sobre cómo, a pesar de las condiciones más deplorables y desalentadoras, políticas o personales, puede uno refugiarse en la esperanza, incluso si ésta no tiene ninguna lógica, como el cuerpo de A’ida que espera al de Xavier con pleno conocimiento de sus dos cadenas perpetuas.
La esperanza no es una promesa que sabemos que se cumplirá, de la misma forma que no sabemos si el mapa de Xavier le ayudó realmente a escapar; la esperanza es el horizonte que nos hace movernos de donde estamos. Eso quisiera yo.
Con cariño,
J.