Abril 2021
Querida Yolanda,
Disculpa la tardanza de mi carta. Estando tan cerca la segunda sesión del taller no estoy seguro de que te vaya a dar oportunidad de leerla. Espero que sí. Me tomó tiempo saber a quién le escribiría: no conozco mucho (o nada) a las y los demás con quienes compartimos el seminario, lo cual creo que es el caso de la mayoría. Sin embargo, tú y yo nos hemos saludado en varias ocasiones, y aunque no hemos hablado en extenso ni a solas en ningún momento, creí que esta carta podría ser un primer acercamiento más profundo. Al menos la intimidad de la tentativa parece preestablecida por el propio formato de la carta, aun teniendo la certeza de que será leída por otros.
Una razón mucho más concreta para escribirte es tu proyecto sobre el peor dolor de las personas, el cual vi en formato de publicación. ¿Tiene otros formatos ese proyecto? Tengo una imagen mental de haberlo visto de otra forma, en algún otro lado, pero me está costando, mientras te escribo esto, descifrar si se trata de algo imaginado o recordado (que no son muy diferentes). Me parece que, pretendiendo abordar la idea del amor mientras hacemos esta primera lectura, ese proyecto tuyo viene a ser relevante. Si me hago esa pregunta yo mismo, inmediatamente identifico que me pongo una máscara: cualquier cosa que te diga aquí que ha sido mi peor dolor, será algo calculado; es decir, no se tratará genuinamente de mi peor dolor. Eso, supongo, se espera, tomando en cuenta el conocimiento de que esta carta no es solo tuya y mía.
En la carta que escribiste como parte de este ejercicio te interesas por la manera en que se pudieran vincular el dolor con el amor; o más bien, la narración del dolor con una experiencia amorosa. (¿Se le puede llamar experiencia amorosa a la ruptura? ¿No es el desamor una cláusula, si no inevitable, por lo menos siempre latente en la experiencia amorosa, lo que la convertiría en un elemento íntegro de la misma? Quizá preguntarlo es una obviedad o un tecnicismo). Escribes sobre tu sorpresa ante el hecho de que el peor dolor de aquellas personas no hubiera sido uno físico, sino emocional. Para mí esto era lo esperado. De hecho, no puedo imaginarme un escenario (para mí) en el que hacer esa pregunta no tenga que ver con el dolor emocional. Debo aclarar –aunque quizá en este punto ya lo descubriste– que me considero una persona bastante cursi (lo cual no me pesa, sólo quisiera refinar esa cursilería, llevarla a mejores formas de salida, menos ilustrativas o cercanas al cliché).
Lo que más me interesa de tu proyecto, sin embargo, no es la implícita ambigüedad de la pregunta, sino la dinámica de intimidad que estableciste con tus sujetos. Esa complicidad, en la que ellos se abren contigo como yo no lo podré hacer en esta carta, me parece fascinante. A pesar del anonimato de las respuestas (o gracias a ello, quizá), leerlas me hace sentir que estoy invadiendo un espacio sumamente íntimo, al cual no fui invitado. Pero ahí está lo conmovedor: como espectador, creo en las palabras que leo. Eso me sucedió también ahora con Berger, ¿a ti no? En algún momento, aun sabiendo que se trataba de ficción, busqué en internet que se me reafirmara esto. La sensación de estar en el espacio íntimo de A’ida y Xavier es innegable. Me parece bellísimo cuando la ficción hace eso, con Borges me sucedía de adolescente (busqué las obras de Pierre Menard aun sabiendo que tal personaje, y tal historia, sólo podrían ser ficción).
No sé qué tanto podremos construir una intimidad similar a lo largo de este seminario. Quizá, regresando a tu proceso, pudiera ser más productivo recurrir al anonimato, que entiendo que es una opción al finalizar y compilar las cartas, pero no durante el proceso de escribirlas, ¿no? Si tuviera yo la certeza de que no sabrías quién te escribe esto, ¿te podría decir genuinamente cuál ha sido mi peor dolor?
Te dejo con una cita de la película Sans Soleil de Chris Marker, en la cual no he dejado de pensar desde que volví a recordar tu proyecto la semana pasada, y que, encima de todo, está construida alrededor de una serie de cartas que están entre la ficción y la verdad (fue esa película la que me hizo entender que éstos no son conceptos opuestos).
¿Quién dijo que el tiempo cura todas las heridas? Sería mejor decir que el tiempo lo cura todo, excepto las heridas. Con el tiempo, la herida de la separación pierde sus límites reales. Con el tiempo, el cuerpo deseado pronto desaparecerá, y si el cuerpo deseante ya ha dejado de existir para el otro, entonces lo que queda es una herida, sin cuerpo.
Con cariño,
J.