11 de julio, 2021
Querida Yola,
Disculpa la demora en contestar, inicié el curso de verano con mis alumnos de Publicidad y me saturé al estilo “Y”, pero sin drama (aunque esto puede no ser cierto). Espero que te encuentres también muy bien y contenta como Cher. Tu carta me hizo sentir muy feliz recordando travesuras, me confieso cómplice cuando se trata de armar bromas o situaciones a partir de invenciones tuyas. La vez del programa en CDMX fue épica porque seguimos la estrategia de los hermanos Mapple, pero con fotos.
Hay personas que asumen la información que uno les da como verdadera, como cuando me dijiste que le dijera a la familia de vampiros que la fiesta de Halloween era de zombies y se preocuparon, o cuando decimos que un borrego es un cabrito. Algunos preguntan: “¿De verdad?”, con cierta sorpresa, pero otros no se dan cuenta y aceptan los datos con resignación. Como si todo lo que uno habla siempre fuera en serio.
Una vez, en el primer EMAF en el que participé, escribí que los reflejos del sol en el video “incandescencia” podrían dañar la retina. Una chica del público me preguntó si eso era real, le dije que no y ella replicó, “Al verte, me lo imaginé”. Mi pinta de mentiroso me delata. Quizá sea algo cultural, pero encontramos que la mentira es algo muy común en la sociedad mexicana: padres que amenazan al niño con que se lo llevará la policía si no obedece, que la señora se enojó, que la comida del suelo la chupó el diablo. No es de extrañar que los políticos mientan siempre. Esto me lleva a pensar en que si un mentiroso nos confiesa que miente, ¿entonces dice la verdad?
La mentira debe ser creíble para convencer. Si yo digo que ayer me bebí una botella de ron en la kermés de mi pueblo, quien conozca el contexto sabrá que miento porque la información no embona: todavía no están autorizadas las kermeses por el Covid-19, la fiesta patronal de mi pueblo es el 8 de diciembre y yo no bebo ron, por el azúcar. Pero quien no cuente con esta información, puede asumir que digo la verdad y que terminé con los desarmadores y los mojitos. Con los alumnos me pasa igual, asumo que dicen la verdad por más que se llenen de viajes a Marte, fallas de internet o abuelitas difuntas. Una estrategia para llevar a cabo el engaño es la seriedad, decir las cosas con la mayor naturalidad posible. Por alguna razón, la risa hace sospechar que uno miente.
Por otro lado, si bien hay mentiras que no hacen daño y son divertidas, hay otras que pueden llegar a ser crueles, que buscan manipular para obtener beneficio o afectar a alguien. Yo no te creo capaz de las últimas, pero sí de las primeras. Sin duda tiendo a dudar, pero si la información hace “match”, yo creo que caigo redondito.
Abrazos,
Juanjo