Hola, buenos días, MonZerrat
Antes que cualquier otra cosa, tu carta me encantó, respira confianza y libertad, rebasaste con singular alegría mi razón y tocaste me sensibilidad como flashazos entre líneas; venían imágenes de momentos, de recuerdos, de emociones que coinciden con los pasajes que me compartes. Por todo esto, gracias.
Te platico: la carta la redacté para ti, pero al final me pareció interesante enviarla a un hombre para ampliar esa visión de significar la idea sobre el amor y creo que esto se entendió como una simple copia. Es decir, yo quería plantear cómo se ve el amor desde una mirada exterior, partiendo desde lo que mi mirar representa, pero seguro lo hice mal.
Comparto la perspectiva que tienes. Seguro los motivos que me condujeron son distintos, pues viví otra época con sus formas y sentidos. Por cierto, ¿qué edad tienes? Provengo de una familia tradicional, mis padres siempre estuvieron casados, mis hermanos “felizmente casados”, y sin embargo, sin saber qué, algo se cruzó en mi vida abriendo mi concepción del amor. De hecho, creo que el poliamor es una forma más de encontrar el amor.
En mi caso, me divorcié hace varios años (de mutuo acuerdo) de una buena mujer que compartió la vida conmigo, regalándome dos hijos, quienes han sido una enorme motivación para vivir intensamente. El amor por los hijos sólo lo puedo pensar cercano, sentimentalmente, con el amor por mi madre, quien por cierto el día de hoy cumple 16 años de haber dado su último suspiro. En días así, me ensimismo para recordarla con esbozos de sonrisa, con alguna lágrima e incluso con llanto. El amor que ella me obsequió ha trascendido en el tiempo. Aunque ella partió, su amor se encuentra en mi memoria por siempre, así es la influencia del amor, ya que después tantos años aún lo siento a mi lado, es la referencia de mi infancia y mi juventud, y la confidencia en mi madurez.
Algo así entiendo por amor. El amor de madre es puro, muy cercano al de un hijo, pero siempre diferente. Ambos me acompañan en mi presente, uno retratando mi pasado y sintiéndolo intermitentemente, y otro como un deseo de bienestar. En fin, no quiero caer en un anecdotario.
Cuando empecé a cartear en este espacio llamado seminario, me sentí ajeno, tenía muchos años de no escribir una carta como debe de escribirse, con un sello personal a través de su carácter manuscrito que la hacía única, como una obra de arte irrepetible: el sobre, el timbre, el remitente, el buzón que son mobiliarios y lugares en extinción; la bonanza para llevar la carta al correo, pasaje que tal vez has escuchado o visto en películas de amor en blanco y negro. El poder de esa carta era inimaginable en aquellos tiempos.
Hace años, cuando yo rondaba los 17, estaba perdido por una niña que radicaba en Maravatío, Michoacán, y visitaba a su madre en el entonces Distrito Federal. La emoción que implicaba escribirle era inmensa, a pesar de hacerlo para contar trivialidades (le hablaba de patines, por ejemplo). Lo importante era el ritual, el esconderte para escribir, comprar el timbre y caminar para depositar la carta en el buzón como si fuera parte de ti. Seguro se escucha muy cursi pero así lo viví. En esos años vino a estudiar el bachillerato y se dio el noviazgo.
Como ella regresó castigada a Maravatío, la dejé de ver. Pasaron los años, hizo su vida al igual que yo y aquel amor me llevó a la idealización; yo pensaba que aquello era el gran amor.
Al paso de los años nos volvimos a encontrar. Reconocí al amor de mi pasado, recordé con cariño la primera experiencia de amor, también encontré a una bella mujer que pensaba y se sentía muy distante a mí; vi a una vieja amiga.
En la intimidad medité sobre la conveniencia de no haberla vuelto a ver y mantener ese sentimiento idealizado, finalmente sólo sonreí.
Por cosas como las que te platico, La caja negra me pareció en un principio una novela de conflictos familiares donde aparecían y desaparecían distintas manifestaciones del amor. Conforme avancé en la lectura, me llegaron a molestar los niveles de falsedad y cinismo de todos los personajes que en apariencia hablaban para alguien, pero que en realidad sólo construían algo etéreo que en el menor de los casos llamo abuso y que da cuenta de una realidad que cobra forma en una manipulación inmedible digna de un estudio patológico; todo esto velado con aparentes sentimientos de “amor” por el pasado, por el presente social, por el hecho de ser madre o por devoción a un dios.
La historia me llevó a dos pensamientos. Uno, en mi primera carta sobre Alejandro no lo dije, pero me parecía una manipulación de parte de “Lola”, por cierto es el nombre del personaje principal de la película El Ángel Azul de 1930 que te recomiendo y en la que puedo apreciar el poder del amor al extremo. Dos, mi segundo pensamiento gira en torno al amor que te platiqué en párrafos anteriores y cómo el antagonismo de poder que tiene ese sentimiento en mí seguro me acompañará el resto de mi vida.
Me despido por el momento, ya veremos si tenemos la oportunidad de continuar charlando o si nos conectamos con otro sentir de otro amigo.
Por cierto: Att: A.M.O.O, me pareció formidable, muy hecho al tema, algo así como un largo amoor.
Saludos, Atte.
Juan Martín Vázquez Kanagúsico
22 de mayo del 2021