De J.M. para A.

Apreciable Atenas Monserrat, 

Querida compañera de seminario, es un gusto contactar contigo. Antes de iniciar la charla del amor te quiero preguntar cómo gustas que te llame. Espero que en tu próxima carta me lo digas. Mientras tanto elegí tu segundo nombre: Monserrat. 

Como sabemos, hemos sido invitados al seminario “Tentativas para agotar un espacio virtual” por el Maestro Humberto Chávez Mayol. Me resultó interesante la idea de platicar sobre el amor en este contexto de confinamiento debido al COVID-19. Dado que radico en la Ciudad de México, hubiera sido complicado conocerte de otra manera. Cartear a distancia me resulta interesante: el hibridar la tecnología virtual con un medio tradicional como la carta que, recordando la vieja usanza, requiere un remitente, un destinatario, y sólo haría falta adherir el timbre postal. 

Para conversar quiero compartir una historia de amor que influyó en mi forma de entender el amor. Años atrás, aproximadamente 30, laboré en una escuela privada en la calle de Ámsterdam de la colonia Hipódromo Condesa de la CDMX, donde viví mi primera experiencia como maestro. Me encontré en un ambiente grato, en medio de una comunidad selecta debido al tamaño del plantel: pocos grupos, contados maestros, un aparato administrativo pequeño que propiciaba un ambiente de acercamiento personal e incluso de amistad; aunque por desgracia, de aquellos compañeros sólo he mantenido contacto con Roberto, el director. 

Me centraré en un grupo cercano de amigos: Miguel Ch., maestro de español; Alejandro D., maestro de biología; De Gortari, maestro de historia (sobrino del expresidente de la República) y JM., de artes plásticas. Con gran frecuencia nos reuníamos para charlar a la hora del descanso y al salir de trabajar, caminábamos al metro Chilpancingo y a veces comíamos una torta a las orillas del parque México. 

Alejandro rebasaba los treinta años, estaba felizmente casado, tenía una pequeña hija que era su adoración y trabajaba vendiendo calzado, por lo que siempre cargaba una gran maleta obscura, de peso considerable, que lo hacía caminar de lado. Ése era Alejandro… un hombre común. 

En aquellos buenos momentos de convivencia, Alejandro nos compartía su “aventura de amor”, tenía una amante a la que llamaremos “Lola” y que conoció en un deportivo. Nos había dicho que era una mujer de buen cuerpo y chaparrita. Cuando nos mostró su foto, que por cierto era muy sugerente pues ella estaba posando y mordiéndose el labio, además de que era atractiva ya que la práctica de ejercicio se apreciaba en su cuerpo, no externamos que no nos parecía guapa ni que transmitía algo que no era confianza. Sólo disfrutábamos de escuchar su emocionante idilio de amor

Alejandro hablaba de un amasiato divertido, al inicio como un noviazgo de adolescente y después como un amor prohibido que le resultaba excitante, sensual por su coquetería y erotismo, pasional por su atrevimiento y sus ocurrencias sexuales, como tener sexo en el automóvil, en el parque, etc., y hasta la perversión que dejaré a la imaginación (sólo dijo que eso “sólo se ve en películas prohibidas”, que no lo contaría). 

Así empezó la historia, hasta que se pudo percibir cómo cambiaba el trato en la pareja de enamorados. Al principio se reconocía al maestro de biología, educado, tranquilo, alegre. Pero la alegría poco a poco se apagó y empezó a surgir una persona apresurada, siempre pendiente del reloj, esperando la llamada de Lola. 

Durante la relación extramarital se “enamoraron” profundamente y ambos pensaron en formalizar la relación. Lola lo había acercado a su mundo familiar: dos hijas, sus padres, sus hermanos. La cosa iba en serio, pero en el intento de formalizar, Alejandro volvió a cambiar. Se le escuchaba irascible y constantemente se quejaba de las costumbres de Lola que, según él, se basaban en un aparente patriarcado en el que los hilos realmente eran manejados por las mujeres, Lola y su madre. Esto molestaba a Alejandro, el encontrarse en un ambiente con ideas, tradiciones y costumbres que constituían el carácter de su amada y que eran muy distintos a las suyas. Él era un hombre sencillo, dedicado a la lectura, al estudio y al trabajo. 

Pronto entraron en conflicto su amor por Lola y su deseo de distanciarse de ella. De querer que el tiempo transcurriera lentamente para permanecer a su lado, ahora deseaba que no llegara el momento del encuentro. 

Como te he platicado, colega, esto sucedió hace algunos ayeres y teníamos otra visión de la vida. Me pregunto y te pregunto, ¿es una historia de amor?, ¿son dos historias de amor?, ¿o nunca existió el amor

Continúo con la historia. Ante el deseo de dejar de frecuentar a Lola, De Gortari y JM consideraron que era claro que el amor se había terminado y que era el momento de retirarse, pero no así para nuestro amigo el biólogo. Él continuaba extrañamente con su amasiato. Lola, como mujer divorciada, contaba con el tiempo para “alimentar” la relación, a diferencia del maestro que trabajaba y tenía familia, y debía multiplicarse para dedicarle tiempo a ella. Se sentía en sus palabras que el gusto lo había abandonado, cada día desconocíamos más al Alejandro que se plantaba con decisión frente a sus pupilos, firme y seguro. Aparentaba ser el mismo, pero quienes lo conocíamos sabíamos que no se encontraba con nosotros ya que su tiempo se manejaba desde otro espacio

Y me vuelvo preguntar, ¿cuáles son los límites del amor que permiten reconocer que ha pasado a otro estado o es que el amor colinda con otros sentires que lo transforman a cada rato? 

La reflexión surge a partir del deseo de Alejandro de concluir su historia con Lola. Le dijo que la relación le causaba daño. Se le veía demacrado y nos llegó a contar que Lola no tenía límites cuando de satisfacerlo se trataba: abundaban las atenciones en la intimidad, lo descalzaba, lo acobijaba, le encendía el televisor, los hijos de Lola enmudecían para no importunar la plática, y ella siempre exhibía sus encantos calzando y vistiendo ¿sexy? Al inicio, la atmósfera para el joven maestro era excitante y cautivadora, y lo contaba con el gran entusiasmo que emocionaba a los amigos. Con el paso del tiempo si bien la atmósfera permaneció, la forma en que él estaba ahí y su emoción se modificaron. Continuar viviendo esos momentos íntimos, esas atenciones en lo privado y lo público, ¿eran cuestiones de las cuales no podía o no quería desprenderse? De cualquier modo, para quienes observábamos, eran suficiente motivo para continuar con ella. 

A estas alturas, se escuchaba a un Alejandro abrumado por las salidas con Lola, pues habían dejado de ser motivo de alegría, habían perdido la sonrisa y la mirada de presunción. Más adelante se dejó sentir el pesar por asistir, pues los enojos eran una constante, aunque al final, en el auto, en la calle o en el motel, era inigualable. Para nosotros dejó de ser divertido, rehuíamos a tocar el tema, no nos gustaba lo que escuchábamos y él no nos prestaba atención. A pesar de esto, cada día que convivíamos volvíamos a tocar el asunto y el debate se situaba siempre entre el placer sexual del momento y el querer huir de la relación. 

Una vez, en ausencia de Alejandro, comentamos la situación: yo opinaba que debía terminar la relación; el maestro de historia, que no siempre nos acompañaba, dijo que se encontraba con una loca, que lo había embrujado (era una manera figurada de hablar) e insistía en que estaba fuera de razón. Pero cuando habló Miguel, con su fineza de movimientos y sus gestos afeminados, no opinó respecto al amorío de Alejandro, sino que me dirigió un cuestionamiento a mí: ¿y si esta es la forma de amar de Lola?, ¿y si Alejandro se ha negado a aprender el amor de otra manera? 

Obviamente y después de más de treinta años, la historia de amor llegó a su fin, tal vez después la pueda concluir, pero, estimada Monserrat, los cuestionamientos en cursivas son actuales y me gustaría conocer tu punto de vista, es decir otra perspectiva personal sobre el amor

Te envío un cordial saludo y espero ansioso leer tu comentario. 

“Los sucesos y personajes retratados en esta carta son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia”. 

Gracias, Monserrat, por tomarte el tiempo de leerme y espero sea de tu interés contestarme. 

Saludos, 

Juan Martín Vázquez Kanagusico