De J. para H.

10/05/2021

Alguna vez tuve 7 años y me robé 13 manzanas. Mi Ana a la derecha y Enrique en la baraja, en la casita, en el club, en la cocina en repetidas ocasiones, aunque su presencia fuera como la de una moneda que tiene 2 caras. Normal. ¿Quién voltea a ver a las monedas? 

Nos fuimos, te lo mencioné alguna vez, pero la baraja no sabe contar cuentos cuando juegas a las escondidas. Las manzanas me las comí, el regaño vino después. 

Las (2) de la tarde eran y ya estaba de regreso en mi casa, una carne en su jugo porque en Michoacán se come con cuchara, la servilleta te la pones cuando ya te manchaste la playera, antes no. 

Los platos eran siempre un manjar. De vez en cuando los platos relucían. Brillaban como cuando volteas a ver un foco y te llegan las palabras como si fueran regalos de la vida, te agarran, te atrapan, te dan la vuelta y si tienes suerte te saludan. Cada domingo consecutivamente, en especial los que caían en el día 3 del mes cualquiera, un plato se rompía. Nadie sabe por qué, sólo ocurría. En esos momentos, los contaba menudamente para satisfacer mi necesidad de enumerar los sucesos, reales o ficticios, en los que un objeto material rompía un patrón espectacular sobre la naturaleza del artificio. Ese número cualquiera lo recuerdo con cariño, no sobrepasa 4 meses aunque toquen las campanas, aunque el reloj marque un paradigma imaginario de lo posible, los bastones sean un sujeto de soporte que mantiene lo exquisito y la proyección no sobrepase los presentes 120 días. 

Las historias que llegué a escuchar en los 4 meses que te cuento con cariño, llegaron a convertirse en imaginarios de grados de locura en los que encontraba un reflejo vivo de lo que proyectaba como posible. ¿Recuerdas a V.? Nos vimos 4 veces con ella, la última caminamos como 5 cuadras de ida, las de vuelta no las conté. Era paciente, de repente se atravesaba, quería entender una conversación que trataba de explicar París, las cartas y la suerte. La suerte se traduce en este caso como templanza. ¿V.? Feliz de vivir entre el vaivén y el precipicio. Después de cumplir 7 años todo le parecía exquisito. Qué maravilla. 

Llegué un día a la pecera. Como siempre, inundada de letras, papel, papel, madera, piso, madera, papel, la piedra la picábamos nosotros. La foto de Estambul, un fallo cardiaco, los imaginarios tomaban fuerza con cada palabra. Atentos, se perfilan para lograr el próximo devenir, la intensidad de un relato inédito para un espectador atónito. 

Vino la primera carta, la pecera se nublaba y no podía dejar de ver los paralelos dentro de una historia que no me pertenecía. El no pertenecer no quiere decir que uno deje de sentir. 

Tropicalia es vestigio (3) 

Tropicalia es vestigio (3) 

Tropicalia es vestigio (3) 

Un cuarto verde y las historias de un árbol que cubren un techo. Las personas no saben apreciar los árboles hasta que los tienen encima, cuando el árbol cimbra, el techo se queda quieto, protegido por lo que dejó de moverse. Todo eventualmente encuentra la calma, aunque lo inquietante del asunto sea lo inusual de la incertidumbre, ¿los números los elegimos o nos eligen? Las elocuencias nos lo repiten. Semos precisos. 

Resumir cuenta como recordar. Te cuento que, aunque mi memoria falle constantemente, el registro de lo vivido junto con el devenir de lo pasado me lleva a intentar resucitar cada detalle de lo sagrado, la palabra clave de lo bendito resuena en cada aniversario de la primavera. 

Y ya que nos gustan las listas, ¿sabes qué sí vale la pena? 

1. Contar hasta (3) 

2. Jugar el juego de 2 x 3 x 3 x 2 

3. Imaginar en primer plano 

4. Seguir con las cartas 

5. Rascarte la concavidad del meñique, entre el tercer y el séptimo dedo, rascarte y luego pensar que la comezón la inventaron los gringos. 

6. Dejar de enumerar. 

Tropicalia es vestigio (3) 

Jesús Degollado