De J. para J.M.

21 de junio

Hola, Juan Martín

Hace un par de días visité a mi abuela, debe tener unos 70 años o más. Llegué a su casa y la abracé como de costumbre. Mi abuelo falleció hace aproximadamente 4 años y ella se ha mantenido de luto desde entonces, sólo le parece propio vestir de color negro. Me recordó al papá de Alec y su mirada perdida en el abismo. En lo que ella recuerda, no reconoce la diferencia entre el pasado y el presente, es como si viviera en un futuro deslocalizado, carente de presencia y basado en la ausencia. Le resulta conveniente hacerme las mismas preguntas cada que le llegan desplantes de seguir viva, viva pero de luto. De repente tiene un momento  de serenidad y lucidez y dice algo así:

“La apariencia intransigente de una memoria que no es muy clara me lleva a tratar de diferenciar lo visible de lo enunciable”

Yo era el único que estaba en ese momento con ella, por lo tanto, lo antes escrito ha sido sometido a un proceso de interpretación, reinterpretación y manipulación. Tal vez era lo que yo necesitaba escuchar, y buscaba la oportunidad de que alguien más pronunciara algo parecido a la idea a la que venía dándole vueltas en la cabeza.

Lo anterior me lleva a pensar en la misma idea de poder y verdad. Es bello cuando podemos entender cada pequeño detalle de lo que se conecta alrededor nuestro, pero es aún más bello cuando lo podemos nombrar, digerir, para finalmente reformularlo y conceder un espacio de memoria desde la posición de interpretar lo ocurrido.

La duda sobre lo no visto me intriga sobremanera. Me parecen increíbles todos los cuentos de piratas, las tormentas de verano y los ciclones que no avisan de su llegada pero que en los noticieros anuncian como tormentas tropicales y se traducen en un agradable diluvio que me refresca la tarde. Lo no visto me intriga sobremanera.

Hace dos pares de días me di a la tarea de recoger todo el desorden que había dejado en mi cuarto. Pieza por pieza, todo parecía irse acomodando en su lugar, o en el lugar que yo había asignado como propio para dicha encomienda. Me tomo más de un momento terminar de acomodar todo lo que había en ese cuarto desordenado. Cuando estaba a punto de concluir, decidí no poner en su sitio algunos libros con la finalidad de darles una hojeada. Encontré en medio de las páginas una carta que no era mía, pero tampoco era de nadie. La leí, la releí, tomé lo que me tocaba, la doblé minuciosamente tomando en cuenta cada esquina y la dejé en su lugar. A veces las letras nos dicen cosas, y esta vez me dio un consejo que quise adaptar a mis necesidades y circunstancias.

Ya que nos gusta enumerar, tengo varias conclusiones sobre tomar y dejar lo que nos conviene:

  1. Nadie es juez de su propia sombra
  2. La verdad y el poder son mecanismos sin fin pero con comienzo
  3. El interpretante puede diferenciar lo visible de lo enunciable
  4. Lo no visto me intriga sobremanera
  5. Las memorias son todo menos intransigentes

Si difieres con mi propuesta, puedes anexar las circunstancias y necesidades a las cuales se vio sujeta tu nueva proposición de enumerar lo que se interpreta.

J.D.