De J. para L.

Hola, Luis,

Te escribo desde el lugar donde la memoria parece lejana pero suficiente para recordar la invitación que me hiciste la clase pasada. No te conozco, pero no hace falta conocer a alguien para escribirle una carta. La carta que le escribiste a J.M. me pareció muy divertida y es parte de lo que me lleva a escribirte hoy. A veces pienso que la vuelta es doble y existe algo dentro del encuentro epistolar que termina siendo únicamente para el autor de la carta. Puede que sólo sea una proyección de mi cabeza, me tendrás que perdonar si es así.

Nada es lo que parece cuando vivimos en un mundo de simulacros. La verdad se manifiesta como otro mecanismo de transformación de la realidad, una nueva manera de interpretar lo que sucede alrededor nuestro.

La mentira es sólo otra forma de nombrar lo que pide ser dispuesto por nuevas palabras, una realidad disimulada; creo que busca persuadir las voces incautas que necesitan encontrar la certeza. En algún momento llegué a sentir el encanto de la mentira, existe cierta seducción en el acto de haber sido felizmente ultrajado.

Melvin Mapple me parece el ejemplo perfecto de cómo llevar la mentira a niveles que generen convicción y seguridad. En algún momento, llegué a pensar que Amélie no necesitaba diferenciarlo y sólo encontró una suerte de espejismo que la llevó a adentrarse en esa persona desconocida. De alguna manera, vio en Melvin aquello que ella deseaba descubrir, tanto así que le habla de reconocer a un “maestro”.

En esta idea de realidad a la que acudo, me es importante mencionar la calidad de nuestra memoria en el proceso. Mentirnos a nosotros mismos o ser jueces exquisitos de nuestra historia de vida: el orden de lo vivido como monografía de la verdad.

Me gustaría saber cuál es tu idea de verdad. La mía no la tengo muy clara aún, ya que parece disfrazarse dentro de los límites morales de lo inmediato. Me gustaría tener

espacios de vacío donde lo vivido sea almacenado y las palabras tomen un orden que ocupe el espacio que espera ser llenado.

¿Cuántas veces hemos disfrazado lo que nos mueve y lo que nos llena? Tengo la idea de múltiples ocasiones en las que lo que digo no concuerda con lo que siento, y me hago esa pregunta. La mentira es una nueva (clásica) forma de engaño. Me da miedo saber que me miento, trato de que esa silueta que parece engordar cada vez más no se vuelva lo suficientemente grande como para convencerme a mí mismo de lo contrario. No lo logro, es difícil olvidar cuando uno se siente traicionado por sí mismo.

Trato de ser prudente y de no incomodar, a veces lo logro, aunque otras veces me decepciono al ser brusco y no poder persuadir mis exigencias cotidianas de mesura. Alguna vez me tatué todo el cuerpo, le mentí a mi madre al respecto y desperté del sueño donde me había hecho rayas en la piel. Me asusta saber que ciertas condiciones descalifican visualmente a una persona, sin embargo, tengo varios tatuajes. Cada vez que me rayaba le mentía a mi madre sobre mis nuevas “líneas”,  despertaba y estaba agradecido de que la mentira sólo había sido parte de mi miedo a no pertenecer.

Ya no me da miedo, pues mis 7 tatuajes imborrables justifican mi falta de prudencia ante las sentencias de mi madre. La realidad es que no cuentan los que no se pueden ver, esos mismos son los que he decidido no enseñarle. Eso no significa que no existan, sólo expresan mis nuevas formas de traición a través de las cuales me convenzo de mi noción de realidad

No quisiera alargarme demasiado, sólo lo suficiente, pero no encuentro la manera de explicar lo que implica entender cómo se desenvuelve lo que parece real, cercano, presente; y con eso, los mecanismos que dignifican y unen las coincidencias, las secuencias que logran darle valor a lo que sucede y nos da sentido  de presencia. Al final, creo que no importa si hablamos de verdades o mentiras, siempre y cuando el código se interprete de la manera más legítima, la cual seguirá siendo variable. Espero que mi carta sea de tu agrado, perdona el desorden de ideas, traté de ser prudente en cuanto a la extensión.

J.D.