De J. para todos los que (puedan) halar

23 De mayo

El poder parece ser una herramienta, un lujo, y a ratos, una carencia. A veces lo pienso como un hilo elegante: el problema no es quién lo tiene en sus manos, sino quién está dispuesto a sujetarlo, a veces jalarlo, apretarlo y en ocasiones hacer como si lo soltara para tirar de nuevo y más fuerte.

Es la voluntad de poder decidir si se quiere o se puede, en ocasiones se quiere querer y algunas otras se puede (poder). 

Pero cuál es la diferencia entre estas dos condiciones, casi humanas, casi posibles, casi queridas. 

La manipulación como forma de poder me parece un acercamiento exquisito a las técnicas, poco mecánicas, de entretejer de manera deliberada en el afecto que se tiene sobre el otro. O., un primo muy querido, siempre tuvo una capacidad sorprendente para ejercer dicha facultad sobre el resto de los que estaban presentes, quisiéramos o no, siempre nos llevaba entre las patas. Su voluntad, o mejor dicho, su autoridad, salía a relucir y se imponía de manera grotesca pero sutil. Siempre tuve un poco de admiración hacia el nivel de descaro que podía llegar a tener respecto a su imposición. Nunca supe si era consciente o si se trataba de un dispositivo de sensualidad verbal que lograba persuadir continuamente para lograr el cometido. 

Nuestra relación se ha visto transformada, a lo largo de los años, por un intenso juego en el que él impone y yo doy cuando puedo. El amor en esta relación parecía estar de por medio siempre. A veces parecía ajeno y distante, lo cual me llevó a dudar si era sincero o yo un ingenuo que se aferra a querer confiar en la idea de familia y en cómo estas relaciones parecieran tener una cercanía casi metafísica o inquebrantable. Inquebrantable hasta que alguno hala de más. 

O. tuvo la mala fortuna de tener uno de los tipos de cáncer más raros en jóvenes (en aquel entonces rozaba apenas los 21 años), un osteosarcoma ubicado en el fémur izquierdo. 

Gracias a una serie de movimientos y palancas, logró entrar al Instituto Nacional de Cancerología en la Ciudad de México, lo cual era una gran hazaña, ya que al ser un hospital de investigación, el porcentaje de aceptación suele ser menor al 5%. La intervención quirúrgica y la prótesis llegaron a tiempo. Tras un intenso periodo de rehabilitación, O. logró caminar de forma casi normal, aunque si ponías atención, parecía como si le faltaran unos 3 cm de altura en la pierna izquierda y por lo tanto llegaba a cojear. 

Toda esa andanza clínica, de la cual fui partícipe, me estremecía cada vez y de la misma manera. La salud de mi primo parecía un vaivén de poder, ya fuera porque los médicos pudieran cumplir el cometido siempre, porque él mostrara potencia y vitalidad o su cuerpo se lo permitiera, o porque existiera suficiente subsidio del gobierno para que todo siguiera marchando naturalmente. 

Yo sólo podía imaginar el determinismo genético con el que dicho cuerpo había sido dotado. En cuanto a eso, me causaba vértigo no dejar de imaginar el paralelo de lo factible, en el que yo sería diez veces más frágil y vulnerable. El poder como reflejo de lo personal, lo posible y lo probable. 

Toda esta maquinaria imaginativa que es lo cotidiano, donde sólo somos dueños de pequeños pedazos de información sobre nuestro cuerpo, resulta ser otro mecanismo de poder. Dichas verdades parecieran materializarse a través de estudios y análisis clínicos, interpretaciones subjetivas y clasificaciones regulatorias. La ciencia no es más que otro juego de verdades donde lo posible depende de quién jala el hilo o quién lo tiene en sus manos.