A veces escribimos como buscando el rastro de las palabras (rotas).
La última y nos vamos.
Queridos,
Esta última carta se ejecuta un poco en la línea de esa búsqueda, un poco con el pulso indeciso de lo que sólo puede existir en las palabras, algo así como aquel objeto maravilloso de Lichtenberg que bien podría ser la memoria o el amor o las pequeñas mentiras de a diario: “Un cuchillo sin hoja al que le falta el mango”.
A veces, uno mismo es eso, la vaga idea de algo que sólo cree que puede llegar a existir en las palabras: en el nombre propio, en los adjetivos que nos adjudicamos, en la historia de vida narrada en voz baja o cuando conocemos a alguien, en fin, en ese trayecto del Loco que somos, danzando a cada momento a la orilla del precipicio, pero con una sonrisa en los labios y un perrito jovial siguiendo el ritmo de nuestros pasos.
No es que se trate de abolir ningún azar, pero a veces una tirada de cartas puede darle forma al camino, tal vez como un modo de apropiación orientado hacia la subsistencia, sea mentira o no; quizás como otra vía para encontrarnos mediante otro sistema de significados. Siempre me ha hecho ilusión la idea de que si tuviera que identificarme con algún arcano mayor, sería con la Templanza y su sosegada empresa de verter el agua de un cántaro al otro, hipnotizada en la contemplación de un solo fluir que nunca es el mismo. Pero lo cierto es que las más de las veces me miro como el auriga de El Carro, no con dos caballos tirando a lados opuestos, sino con incontables bestias fantásticas jalando en todas direcciones.
No sé de cierto si el tarot tiene esa cualidad de unirnos al uno con el otro, pero ya que coincidimos en este cruce caminos, aventuro una tirada desde donde configurar las inquietudes de nuestras historias (véase video ilustrativo):
Empezamos así, convocando los poderes de la intuición para producir algún tipo de encuentro que vaya más allá de las superficies, pero de inmediato se nos atraviesa esa porción de oscuridad que todos llevamos dentro. Una vuelta y estás arriba, otra vuelta y estás abajo, en cada vertiginoso giro está la posibilidad (y esto es algo que no debemos perder de vista) de que se corten los hilos y fin de la historia, kaput. Debajo de este girar cotidiano se nos conmina al sacrificio (de tiempo, de energía, de emoción) a fin de que la sobrevivencia sea posible; la vieja historia de “el que quiera azul celeste…”. Es aquí cuando empiezan, otra vez, las preguntas: ¿quién soy, qué hago aquí, por qué, por qué, por qué? En medio de la encrucijada que siempre es el tiempo presente, algo se rompe y nos recuerda que hay cosas que deben morir constantemente para que lo demás siga viviendo. Entonces hacemos acopio de paciencia, dejamos fluir un poco todo lo que se contiene como con un dique en el pecho, visualizamos si acaso un resquicio por donde todavía pueda filtrarse algo de luz a pesar de la confusión. Al final, y esto es inevitable, siempre queda la duda, o hemos logrado situarnos en un punto medianamente estable desde donde echar un vistazo hacia atrás sin caer en el vacío, o somos todos unos locos tripulando una nave que no va a ninguna parte, una contribución más al “Museo de los esfuerzos inútiles”, la nueva odisea de “Simbad, el varado”. De cualquier modo, al final y con todas las mentiras de por medio, la justicia termina por caer siempre (muy) fuera de lugar.
En el mientras tanto sigamos escribiendo, buscando el rastro de las palabras (inconclusas) como si intentáramos fijar un vago recuerdo, pues nos guste o no, ya somos el olvido que seremos.
K.
Al borde del precipicio y al final del Mundo,
24 de noviembre, 2020