Estimado Arturo, aunque no tenemos mucho tiempo de conocernos, escogí escribirte a ti intentando generar nuevos lazos distintos a los ya conocidos. Espero que no te moleste y de antemano te agradezco tu amable tiempo de lectura.
Te contaré algo que ha estado sucediendo recientemente en el condominio donde vivo y que tal vez no sea de mucho interés para ti, pero creo que puede establecer un hilo conductor entre los espacios ahora confinados por la pandemia y las relaciones amorosas entre las parejas.
Hace unas semanas, pasaba ya de media noche, justo cuando me estaba quedando profundamente dormida, escuché un estruendo obscuro y como algo muy pesado que caía… Me sobresalté y salí de inmediato de la cama para asomarme cuidadosamente por una pequeña ventana de la cocina que da hacia uno de los corredores de mi piso (el cuarto piso, último del condominio). De repente, gritos… una mujer pidiendo auxilio. Recuerdo claramente que gritaba: “¡Ayuda! Por favor, ayuda”.
Después alcancé a ver, por una rendija de la ventana, que había dos parejas en el corredor… intentaré describirte la imagen un tanto grotesca. Se veía una mujer ataviada con pijama y un suéter algo desgarrado, parecía que había sido atacada, golpeada e incluso tenía rastros de sangre encima. Estaba siendo auxiliada por otra mujer (vecina de un departamento contiguo) y por un hombre (que, si no me falló la vista, era el esposo de la vecina), quien se hizo de palabras con otro hombre (quien presumo era el esposo de la mujer atacada); hubo insultos y amenazas. Después, el hombre agresor ingresó a su departamento y azotó la puerta.
La mujer herida seguía pidiendo ayuda y pedía ayuda para sus hijos (tiene un bebé de brazos y una niña pequeña, como de 4 años, que nunca salieron), argumentaba que no podía quedarse en el departamento porque el esposo la había amenazado de muerte. Sólo alcancé a ver por la rendija de la ventana que los vecinos que la estaban auxiliando se la llevaron casi en brazos a su departamento y después no supe más…
Observé que algunos vecinos se habían asomado por sus ventanas, como testigos mudos, entre ellos yo.
Si te soy honesta, toda esta situación me dejó muy intranquila, molesta, estresada y triste; no me permitió cerrar el ojo por varias horas, pensando y dilucidando, tejiendo historias sobre lo que podría pasar, hasta que sin sentirlo me venció el sueño.
Al día siguiente todo parecía normal y como si los sucesos de la noche anterior nunca hubieran pasado. Comenzó el día y siguieron las horas con las actividades cotidianas, como si una bruma nebulosa borrase todo lo que la noche había dejado.
Parece que te cuento una nota roja de un periódico amarillista, pero más bien es una situación que se está volviendo un tanto recurrente en la actualidad. Lamentablemente me he enterado, por amistades, de situaciones similares en otros condominios de la ciudad.
Espero que esta historia de supuesto amor declarado no te dé pesadillas o te genere una imagen errónea del lugar en donde vivo. Todos los lugares en la superficie parecen “normales”, pero si sumerges un poco la mirada, siempre encontrarás algo turbio que ensucia el reflejo.
Algo en la lectura me hizo recordar esta historia que viví hace unas semanas, no sé si mi mente relacionó el encierro de la prisión con el encierro que estamos viviendo por el confinamiento. Tal vez esta carta es una especie de manifestación silenciosa por la repulsión que siento hacia ese tipo de sucesos.
Sé en lo profundo que todavía existen caballeros, esos caballeros de armadura de los cuentos de hadas que rescatan a las damiselas en apuros, y lo sé porque conozco a varios…
Desde el encierro,
L.