De L. para H.

12 de julio, 2021

Querido Humberto, no quise dejar pasar el Laboratorio sin escribirte una carta. Hoy hasta la fecha me resulta adecuada para escribirte, no sé muy por qué pero el 12 de julio me parece una fecha bonita para recordar. 

Como siempre, no dejo de agradecerte todo lo que me has enseñado y las verdades y mentiras – a veces un tanto piadosas – de las que hemos sido objeto y cómplices desde que nos conocimos. Incluso hasta llegamos a comentar que bien podrías haber escrito ya todo un libro con todo lo que hemos vivido, tú que tienes ese humor tan característico y esa memoria privilegiada. 

Te agradezco esta tarea que nos has regalado al retomar la escritura por carta, como dice Amélie… “una carta puede ser una manera de decir las cosas con amabilidad”, y continúa diciendo: “Con las cartas ocurre lo mismo que con todo: el exceso resulta tan insoportable como la carencia”, y es por eso que no me quise quedar con la carencia de no escribirte a ti. 

Me encantó la forma en que en la novela se habla de las cartas, la idea de que “la carta deseada es breve y la misiva no deseada es voluminosa” y la comparación que hace con los buenos vinos, así como las referencias a la comida. Pensé en los cafés y cenas que hemos compartido, seguidas de largas y gratas charlas que siempre me han dejado una enseñanza. 

Me ha gustado cómo mediante las cartas surge la idea de generar arte a través del cuerpo obeso del personaje principal, lo cual me hizo recordar mis vivencias con el seguimiento estricto de mi peso. No sé si ya te lo he contado, cuando estaba en la escuela de danza, las nutriólogas nos pesaban de manera semanal sin falta y llevaban un registro puntual de cada alumna; no podíamos subir de peso. Recuerdo que yo llegué a estar 11 kilos por debajo de mi peso ideal y me felicitaron por ello. 

El rigor del peso era diferente para las bailarinas de folclore, a ellas sí les permitían que estuvieran pasadas de peso, no les exigían como a nosotras o a las de ballet. Teníamos comedor en la escuela y las nutriólogas regulaban las dietas, lo cual desde cierto punto de vista no era tan malo porque la alimentación era balanceada, el problema era para aquellas que estaban pasadas de peso porque les hacían dietas especiales y no les permitían comer el menú del comedor. 

Por muchos años, mi peso se convirtió en una obsesión, y cuando entré a Ballet Teatro del Espacio ¡fue peor!, no por los maestros, sino porque entre los compañeros se acrecentaba la obsesión por vernos más delgados cada vez. Ahora que lo reflexiono, me doy cuenta de que hacíamos unas dietas estúpidas, casi no comíamos nada y teníamos jornadas extenuantes de ejercicio, entre clases, prácticas, ensayos y funciones, y la mayoría del tiempo comíamos muy mal. En ocasiones me veo al espejo con cierto desagrado (como el personaje de la lectura), porque en mi mente me veo pasada de peso, y aunque no lo esté, la imagen que me fue inculcada en un principio, y después la que yo misma me impuse, no me permite ver mi cuerpo con claridad.

Y hablando de cuerpos, la lectura me hizo imaginar el cuerpo de Melvin como una masa amorfa que se transforma y se reconfigura en lo que él desea, crea toda una fantasía dando vida a una mujer. Esa ilusión es una especie de mentira que crea para sobrevivir. No sé qué tanto sea para sobrevivir o para justificar su sobrepeso. Conozco a varias personas cercanas que justifican su obesidad por situaciones que han vivido y que las han llevado a comer en exceso para sobreponerse. Al analizarlo un poco más a profundidad, me he dado cuenta de que son justificaciones para no afrontar su realidad, y su mente las ha creado como “verdades”; o simplemente no se quieren responsabilizar de sus actos, sus errores o sus malas decisiones. 

Seguimos leyéndonos… 

L.