De L. para J. de. S.

24 de mayo 2021, desde Sirena, CDMX 

No es que tengamos esperanza- es que la albergamos. 

John Berger en voz de A’ida

Hace unos días recibí una llamada esperada, deseada, después de un mes de silencio, en el preciso momento en que daba una charla para alumnos de la UANL. Fue inevitable para mí preguntarme si esa llamada no fue prescrita en un guion, no con una sensación necesaria de malicia, sino con miedo. La cosa es que la última vez que hubo comunicación, yo respondí de una forma similar, sin poder atender el teléfono, pidiendo un poco de tiempo para terminar el asunto laboral y contestar. Esta sensación, después de la lectura de la novela, me ha dejado en una conversación sin palabras, pues realmente quisiera estar disponible y también quisiera que estuvieran disponibles para mí. “Cuando hay muy poco las palabras cuentan”. Presiento que ambos estamos viviendo momentos complicados, mas no pretendo entender lo que sientes. Quizá puede ser divertido bailar con las sombras, quizá no tiene nada de malo caminar en sentido contrario, pero sí creo que el mapa sirve cuando se amplía con las emociones de la vida, cuando hace territorio. Recorrer el mapa sin crear nuevas narraciones es como visitar una casa abandonada. Te podrás imaginar que la llamada me activó una conversación interna fuerte, a la vez que comencé a imaginar posibles conversaciones; tal vez sólo quería escuchar lo que yo deseo que suceda.

¿Por qué cuando hablamos de poder no pensamos en la posibilidad, en la potencia, en la capacidad de saber y querer hacer algo? Alguna vez, Virginie me dijo que abuso de la confianza a través de mi capacidad de trabajo, irónicamente para esta exposición decidimos confiar en ella, hacer un “mural de procesos”, una bitácora con miras a capturarlo todo, toda la vida atravesada por las relaciones que pueda hacer entre lo cotidiano y el universo artístico. Ha sido cansado, pero ha sido posible, claro, porque el poder que nos rige tiene más que ver con el afecto, y qué más cariñoso que la vida misma. Me interesa la fuerza de la creación artística, ese poder en el que hay que construir reglas, los modos en que una pieza funciona. Pienso muy a menudo en esto en relación con la vida misma. Construir la vida que quieres vivir. Para mí, en el fondo, el arte ha sido la vía para la búsqueda de la libertad, una forma de aprender y transformar la vida misma. Aunque siempre, de algún modo, siento que aprendo más acerca del hacer que del vivir. Aprendo a construir una extraña forma de vida que me complace. 

Hay cosas para las que sí me gusta ser excesivo, quizás es algo similar a un poderío. El poder de vivir siempre tiene que ver más con la fiesta, con la conversación, con lo desaforado, como el fluir de un río. El sábado, después de trabajar en la bitácora fui con un amigo que creo conoces, Carlos Edelmiro, para saludar a Rolando Hermández, quien nos invitó a un concierto, una fiesta de son huasteco. A ellos no les gusta mucho la música popular, pero sí la fiesta, y aquella consistía realmente en una pista de baile donde la gente zapateaba con tal fuerza que parecía que el edificio se movía. Todos eran felices y parecía que lo podían todo o por lo menos bailar al ritmo del Trío Eyixóchitl lo hacía parecer real. Nosotros podíamos romper las reglas del Covid en un gesto de confianza y amistad. La alegría nos inundó y decidimos aceptar la invitación a otra fiesta a la que en realidad no estábamos invitados, pero no parecía mucha ofensa. El poder de la conversación nos llevó a diferentes lugares: Hidalgo, Oaxaca, Rusia, hasta a la casa de Nick Cave, pasando por la economía del lenguaje, los carros en la carretera, el arte sonoro, el collage, las curadurías musicales, los saludos callejeros. En todas estas conversaciones comenzó a fluir un vaivén de deseos, confianzas y fantasmas. Por un momento fuimos todos amigos, nos dejamos permear. Se puede hablar de muchas cosas y también en las conversaciones se practican los otros modos del poder, la broma, la burla, el exceso de confianza, la crítica infundada, la amistad como una escalera para, en esa conversación, hablar desde otro lugar. El cansancio comenzó a cambiar el humor. Nos preguntamos si podríamos pedir un taxi a algún sitio soviético. Nuestro grupo se había ampliado, y a pesar de un auténtico deseo de atención, yo sentía una preocupación como de atender a lo que no debía. Acabamos tiempo después caminando por Eje Central hacia el Norte. En la ruta, comencé a sentir cerca el barrio donde viví el año pasado y eso cambió mi paciencia hacia los compañeros. No sentía deseos de caminar en ese momento por ahí. Tenía miedo. La verdad es que he pasado todos los días por esa zona, es la ruta del trolebús hacia el centro, y todos los días siento su presencia y me pregunto, ¿qué busco encontrar ahí? Alguna cosa que quizás ni siquiera estoy listo para ver o saber. A nivel de cancha, caminando por la banqueta, tan exaltados y desvelados, era muy probable que me viera a mí mismo de una forma que no quiero. 

Pensé en la novela, esas calles contienen una caja negra. Hay un momento en que ella dirige la conversación hacia donde se siente segura y a la vez, hay cosas que simplemente no me contesta, como si fuese una conversación con una voz grabada en una contestadora. Me sentí morder el anzuelo, no por malicia, sino por el gran deseo, por el vicio, por la costumbre, por el salto al vacío. No, la caja negra sabe que estoy aquí, la siento jalarme con su poder electromagnético. Quiere revivir el acontecimiento. Quiere que volvamos a narrar, de nuevo, de nuevo. Esa es la trampa, el no saber entender del todo lo que sucedió ahí. No es nuevo lo que está ahí. Ha pasado, y el tiempo y esta repetición crean un ritmo que, aunque un poco desesperado, me hacen caminar en otra dirección. Giramos hacia Tlalpan, hacia unas calles que no conocía; llegamos a casa de Carlos y entonces el único poder era el del cansancio, el alcohol y la amistad. En este sentido, el collage ha sido una gran herramienta para mí, pues a veces puedo crear mapas de las cosas que no entiendo con la esperanza de que mañana o pasado sabré leer mejor lo acontecido. Claro, en mi caso, ahorita entiendo que hay algo que aún no entiendo y ejerce un poder sobre mí. 

Con deseos de ampliar la conversación, 

Luis Frías