De M.E. para A.

14 de abril 

Para alguien cuyo nombre comienza con A. Arturo estaría bien, también es un nombre muy familiar para mí, después te contaré por qué. Comentaste que es difícil abrirte para contar tus cosas y creo que es porque sabemos que exponernos nos muestra vulnerables. Tal vez alguien te lastimó y cuesta trabajo volver a intentar. En este caso, mi entrañable A., ya no está, y si no te molesta, me gustaría contarte esta historia, ya luego, si gustas, tal vez tú también quieras contarme algo de ti. 

Entrañable A.: 

Hola. Un día como hoy te conocí, ¿te acuerdas?, el tiempo vuela. ¡Tantos años anhelé conocer a alguien como tú! Ahora que ese tiempo ha pasado y se ve remoto en nuestra historia, pienso en todas las cosas que no conociste de mí, no hubo oportunidad…

En mis pensamientos creo que mucho se quedó en el tintero… ¿Sabes? He vivido muchas vidas en este lugar y tú sólo conociste un pequeño fragmento de ellas. 

No te asustes, no creo en la reencarnación, pero sí pienso que cada generación de mi familia es mi raíz y que cada una de las mujeres que han gestado mi familia en su vientre son vidas que ya viví. Estoy bien arraigada a esta tierra, por lo menos cinco generaciones de mujeres de la sierra nutren mi pasado; cuando era más joven no pensaba tanto en ellas como ahora, pero sin duda de cada una quedó algo en mis venas… 

No recuerdo con exactitud mi primera vida, sé que transcurrió entre la sierra que compone la Comarca Minera. Mi larga cabellera negra flotaba en el viento secándose después de la lluvia, mis ancestras decían: “¡lava tu cabello con el agua del cielo y crecerá hasta el infinito!”. Salí de entre las entrañas de plata en las montañas, en ese tiempo fui como una huerta fértil, me llené de frutos; en cada primavera y verano disfruté del esplendor de los días soleados, pero también de los fuertes aguaceros, así como de los días frescos y fríos del otoño y del invierno. 

Ya es un logro coincidir en una vida, sé que no podría haber pedido coincidir en todas, se es feliz por breves momentos, lo demás es aprender a convivir, a seguir viviendo… Pero qué bueno que fuiste mi esposo y no el de alguna de ellas, pues entonces estarías en mis raíces y no en mi corazón. 

Los lugares cambian, la gente llega y se queda en un lugar, traen cosas, costumbres, maneras de hablar y de comer, de mirar y de ser; no siempre me gustó ese cambio. A pesar de ser de mi lugar, pasé de ser propietaria a servidumbre, porque quienes llegaban traían consigo órdenes y títulos que quién sabe quién les dio, pero que me incluían en su servidumbre. Me hubiera gustado que estuvieras ahí, ¡sé que tú no lo habrías permitido…! 

El recuerdo de tu mirada franca, tus grandes ojos oscuros, atentos… que me miraron hasta el alma, ¿ya me conocías? Porque cuando te vi, ya no quise irme a ningún otro lugar

Sin embargo, nada dura para siempre, -aunque el amor sí se quedó-, no te lo reclamo, sé que tu ausencia no es tu culpa, sé que quisiste quedarte el mayor tiempo posible… 

Todavía hay mucho más que contarte… 

En una de mis muchas vidas me sentí muy importante. Entre las calles se veía el trajín de una ciudad pujante, con electricidad y hasta cine, se podían ver las primeras obras del arte mudo, parecía que ese auge sería duradero; pero como ya te he dicho, tampoco permaneció mucho tiempo. Esa vida fue asombrosa, con tantas cosas nuevas, como dejar de encender las lámparas de petróleo para prender la luz; como el teléfono, por el que se podía escuchar a alguien que no ves. ¿Hay teléfono en donde estás?, sería bueno que me llamaras… que me dijeras qué piensas de estas cosas que te cuento.

Figura 1. Pachuca finales siglo XIX, principios del XX. Fototeca Nacional, Archivo Casasola.

Imagino que me esperarías en la Plaza de las Diligencias y que hago un viaje lejos, contigo. Era hermoso viajar en tu compañía, aunque nuestro transporte fue muy diferente. ¿Sabes?, al encontrar al complemento de tu alma, se vienen a la mente tantas cosas que habría querido hacer en cada etapa de la historia y que sólo quedan en los sueños, en los anhelos del corazón, en el imaginario de haberlas vivido y registrarlas ya como recuerdos, como si en verdad hubieran acontecido. Por eso las almas viejas cuentan la misma historia muchas veces y cada vez la enriquecen y le ponen más cosas, y los jóvenes dicen, ¡no!, eso no paso así, ¡ya me contaste esa historia y no dijiste eso que acabas de contar!, pero ¡y qué si en mi mente quiero que así lo hubiéramos vivido! Por tanto, ¡tú y yo viajamos en una diligencia! ¡Claro que sí! Y nos fuimos besando en todo el camino, de ida y de regreso, o al menos, así lo sueño en mi corazón… 

Entrañable A., nadie sabe qué sigue de la A. ¿Dónde estás? Sé que en cualquier sitio estarás bien, eres alguien que sabe ser, sabes qué hacer cada vez. Lo que extraño es estar ahí donde tú estés, es probable que algún día te encuentre y será un continuo en el tiempo, hasta entonces… 

Tu E.