Querida L., ¿cómo está? ¿Cómo se sintió después de la sesión de “Voces epistolares”? Yo quedé muy afectada. Al término de la sesión un calor sofocante apretaba mi cuerpo, tuve que salir al fresco. Algo se movió en mi interior, sólo hasta después de la sesión me di cuenta de que Berger estaba confrontándome cara a cara con las creencias que tengo sobre el amor.
Usted y yo nos hemos dado el tiempo para platicar sobre algunos libros que hemos revisado, y aunque sabíamos que teníamos una lectura en común, no intercambiamos puntos de vista. No sé qué piense usted, pero al menos hubiera llegado a la sesión con mayor conciencia y no con esa ilusión de una realidad ficticia que ahora entiendo, debí haber razonado.
Sentada en el escalón de la entrada medité un rato. Pensaba en algunas frases y metáforas del libro De A. para X.… que sirvieron para construir la imagen de ambos protagonistas. Encontré una explicación de cómo fue que Berger hizo que creyera en ese amor. La posdata “Tu carta de los burros me hizo reír mucho”, cumplía con uno de los estereotipos naturalizados que tenemos respecto a los hombres que saben combinar las palabras. No sé cuál sea su opinión respecto a esto. Yo creo que no hay mejor amante que aquel que nos regala un buen relato. También pensé en la carta con la que Berger decidió terminar el libro “Esta noche te llevo a ti, mi amor, a la primera casa”, y después el mapa de él, “salirme esta noche”.
Cuando dos personas llegan a conocerse en medio de tantas experiencias compartidas y tantos años, lo que aprende uno del otro es su lenguaje. Utilizar códigos para darse a entender sin decir tanto. Imágenes, gestos, palabras, sonidos, movimientos del cuerpo, todos son códigos que sólo esas dos personas comprenden. Cuando se logra eso se avanza en pareja. Por estos y otros símbolos que encontré en el libro y que ya platicaremos acompañadas de un café, resolví que Berger trató el sentido de un amor inteligente, el que tejió para hablar de una pareja que comparte los mismos ideales, además de otros temas como el poder, la soledad, la resistencia… No me refiero al poder del estado para limitar el libre pensamiento, no, sino a plantear una relación en que en uso de la libertad y de la razón deciden pese a todo, vivir las acciones que implica ese amor hasta las últimas consecuencias.
Confirmé que en la vida real eso sucede, las palabras escritas son un mecanismo para crear metáforas que unen a las personas, porque es en la escritura que manifestamos nuestra subjetividad. Seguí pensando hasta la madrugada. Cuando entré a la casa tenía frío, tuve que tomar un vaso de leche caliente y con cada sorbo aparecía un nuevo pensamiento, pero yo lo paraba, tenía que irme a descansar, en unas horas debía seguir con mi trabajo, había mucho por hacer.
Aunque le confieso que tenía enormes ganas de saber qué pensaba usted y cómo la había dejado la sesión. Además, quería disculparme porque, como en otras ocasiones, no había seguido su consejo: “Antes de tomar la palabra debes calmar tus emociones”. Comprendí que era muy tarde para marcar a su celular.
Subí despacio las escaleras, arriba hacía calor, ya en la cama estaba dispuesta a descansar. Cuando cerré los ojos, otra vez esa inquietud de haber dejado algo pendiente. Pero debía dormir, apreté los ojos y cuando casi lograba tranquilizarme, vi en mi sueño la cara de Humberto Chávez Mayol saliendo por la pantalla de mi computadora preguntándome “¿crees que la historia fue real? ¿Tendrás que hacer una carta que hable del amor?”.
Nuevamente sentí efervescencia en el cuerpo. No pude seguir acostada. Era como tener adentro una olla en ebullición, sentía que el vapor salía por cada poro de mi cuerpo. No sé por qué, cuando me siento así, imagino un pollo en hervor.
Tuve que darme una ducha. Mientras caía el agua descubrí que debía pasar al siguiente proceso, desnaturalizar mi experiencia acerca del amor porque nunca me había planteado la pregunta “¿qué ha hecho el amor de ti?”. Cuando recordé la respuesta que di en el seminario quedé sorprendida, “es mi necesidad que en mi ficción esta historia de amor sea real”. ¿Mi necesidad? ¡¿Mi necesidad?! Pero, ¿cuál necesidad?, me dije para mis adentros.
Usted me conoce, sabe que cuando tengo las emociones a flor de piel salen de mi cuerpo todas sus memorias y malestares. Las palabras no bastan para decir todo lo que sentí, todo lo que se movió, lo que quise creer, así que recordé cómo manoteaba y movía el cabello ante la pantalla. También recordé su imagen. Usted estaba serena. Ay, Lupita, ¡cuánto tengo que aprenderle!
Efectivamente, hay una necesidad de construir el concepto del amor desde mi experiencia. No desde el mito que nos han contado para esperar lo que nunca ha de llegar, no desde el lugar profano, tal vez desde el amor intelectual. Ya le conté cómo se puso la vida en estos tres últimos años, usted sabe lo que he vivido, por eso creo que comprende los motivos de esta incomodidad que me sobrepasa.
El amor existe, no queda duda, pero como le dije, es el amor intelectual, aquel que toma consciencia.
Le platico que, desde muy pequeña, para ser exacta desde los cuatro años, cada sábado iba a clases de catecismo, aprendí que el amor es autosacrificio y calvario; esto lo repitieron hasta que tenía dieciocho años, entonces pensaba que el que más sufría, más cerca de Dios estaba y lo peor, que eso era amor.
Más tarde aprendí algo con la iglesia metodista, en Corintios 13:4-8 leí que el amor era paciente, era servicial, que todo lo sufre, todo lo perdona, todo lo soporta… en el mismo Corintios recuerdo un verso que decía, pero si no tengo amor nada soy.
Este pensamiento se ha quedado naturalizado en el colectivo, en algunos sectores y principalmente en el género femenino. A las mujeres se nos imprime este dogma hasta el tuétano, al grado de que no sabemos en qué momento fuimos educadas para soportar ser sobajadas en nombre del amor.
El amor entre A’ida y Xavier vino a plantearme la pregunta, ¿soy diferente gracias al amor? Llegué a la conclusión de que sí, de que el amor nunca debe perderse en la inconsciencia porque en nombre del amor se hace daño a quien más se ama. El poder y el amor van de la mano, pero debemos darnos cuenta. En el fondo hay un sentimiento de pertenencia, de adquisición… El amor absoluto es aquel que nos obliga a pensar primero en nosotros mismos para darnos cuenta de la relación que tenemos con la naturaleza, con el mundo y si hay coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos. El amor es una cualidad de gran afecto, no es una mera racionalidad, sino conciencia de uno con los demás. Yo no sé qué piense usted, además, como le dije, me interesa saber cómo se sintió después de la sesión. Por eso decidí escribirle esta carta.
Gracias por leerme
P.d. En unas horas le envío mi trabajo.